“BREVET DE AVIADOR MILITAR”, UNA SUEÑO HECHO REALIDAD
- Luis Alberto Briatore

- 6 feb 2021
- 8 Min. de lectura

¡Qué hermoso es recordar aquel momento! Mientras esperaba pacientemente, observaba extasiado a mis compañeros que pasaban de a uno a recibir el brevet de Aviador Militar. El instructor perforaba con una fina aguja la camisa celeste, finalizando el acto sublime al girar la traba metálica, instante en el que las alas de cóndor se posaban en un pectoral trabado, en el que quedarían para toda vida. Frente a mis ojos, se presentaba una imagen poderosa, la que me hizo retroceder el pensamiento al pasado lejano. De inmediato, comencé a caer, vertiginosamente, por un largo y angosto túnel del tiempo. Era como si el alma viajara veloz con dirección a la niñez, y allí me vi gestando esta pasión que en aquel momento veía concretada. Había alucinado estar en el aire a bordo de una nave voladora imaginaria. Me había visto en las alturas y con una rápida velocidad había recorrido el cielo sobrevolando lugares de fantasía. Por muchos años, gracias a esa mente creativa, con un simple cerrar de ojos lograba pilotear una ilusión que jamás desapareció, sino que creció en mí a medida que pasaba el tiempo. Siempre mantuve la firme convicción de navegar en ese cielo azul, el que por fortuna supo esperarme pacientemente. Fue un aliado que nunca me abandonó. Surcar el firmamento no es para todos. Mantener ese objetivo a través del tiempo fue uno de los principales requisitos en el esfuerzo por intentarlo. No todos poseen, sin dudas, las mismas condiciones. No todos tienen los mismos dones, de eso está hecho el mundo. Sólo sé que hay que poseer entereza para sostenerse en el propósito y superar las diferentes dificultades a lo largo de un extenso camino. Cada piloto se focaliza en diferentes objetivos o gustos al decidir enfrentar esta fascinante aventura. Algunos se conforman con disfrutar en ver a sus pagos desde el aire; otros saldan una deuda pendiente de larga data mientras cumplen un sueño. A unos pocos audaces los entusiasma revolcarse en el aire animándose a la ejecución de maniobras acrobáticas. Los más arriesgados siguen el contorno de verdes praderas pegados a los sembradíos en vuelos de fumigación. Un gran grupo aspira a observar más allá del horizonte y, desde las alturas, navegar por los cielos del planeta al comando de un avión de línea. También están aquellos que sienten una profunda vocación por defender a la Patria, surcando a lo ancho y a lo largo el firmamento nacional. Pertenezco con orgullo a este último grupo, que no es mejor ni peor que los otros. Todos, individualmente, volamos en entornos y con objetivos diferentes; pero existe un tesoro que pertenece a la comunidad de los pilotos y que simboliza la unión entre nosotros y que se llama, muy acertadamente:“espíritu de vuelo”. No importa en qué lugar del globo terráqueo nos encontremos, compartimos idénticas vivencias y sentimientos aunque estemos al mando de diferentes tipos de aviones. Podemos comunicarnos perfectamente mediante un idioma universal, sin hablar la misma lengua. Empleamos idénticos códigos sin habernos visto en la toda la vida. Los que surcamos los cielos del planeta, definitivamente contamos con un ADN específico, el que nos distingue de cualquier otra profesión. Si hay algo que adorna la vida de un piloto son las anécdotas, también algunas vivencias difíciles de creer y algunos hechos que despiertan el asombro de propios y ajenos. Se trata de una huella personal sobre la que se construye una rica y entretenida historia digna de ser contada, compuesta por momentos memorables que con el correr del tiempo van aterrizando en un enorme cajón de los recuerdos. Un hito para no olvidar Como Aviador Militar guardo muchos episodios gratos en la mente, pero uno en particular es mi preferido por lo simbólico. Aquel fue el momento en el que alcancé el objetivo más deseado, el que marcaría el inicio de una vida dedicada a la defensa de la Patria al mando de un avión. En el trascendente acto de recibir el “Brevet de Aviador Militar”, al bajar la cabeza y observar en el pecho esas hermosas alas doradas unidas por los colores celeste y blanco, lo primero que sentí fue orgullo. El deseo de toda una vida se cristalizó en ese preciso instante y vino a mi mente la imagen de mi familia, cuyo apoyo fue incondicional siempre, y la de muchos otros que colaboraron con mi formación integral. Desde ese instante irrepetible, comencé a valorar de otra manera el pertenecer a una institución tan gloriosa. En ese trascendente hecho, tomé real conciencia de haber sido elegido para defender los cielos de mi país. Superado un año muy duro, quedó atrás la terrible incertidumbre de no saber si, luego de tantos años de sacrificio cumpliría con aquel gran sueño original. Fue un día memorable, insisto, en el que ocurrieron varios hechos trascendentes en pocas horas: recibí el sable egresando como Oficial y fui notificado del primer destino a una Unidad Operativa. A pura emoción, mi mente volaba a una velocidad supersónica. Trataba de procesar todo lo que estaba sucediendo, pero no lo podía lograr. Desesperadamente, buscaba una pausa, y cuando encontré un momento de silencio, clavé la vista en el infinito e imaginé un futuro. En aquella ocasión, nacía la posibilidad de formar parte de un Escuadrón Aéreo Operativo. Con sólo veinte años, estaba viviendo un presente hermoso y lleno de expectativas. A partir de aquel día tan especial tuve la certeza de que debía cumplir con el juramento sagrado que era dar testimonio de lo aprendido y que, sobre todo, debía obrar conforme a nuestros valores. Ser un ejemplo en el actuar y estar por siempre al servicio de la amada bandera. En esta fecha que recuerdo acá, fui asignado junto a una veintena de entusiastas compañeros de la Promoción ‘47, al primer destino. El rumbo marcaba la cuna de la Aviación de Caza, la IV Brigada Aérea, situada en “El Plumerillo”, provincia de Mendoza. Tierra impregnada de historia y escrita por precursores de la aeronáutica nacional. Allí nos esperaría una bienvenida inolvidable, que siguen al pie de la letra las ricas tradiciones cazadoras. En poco tiempo, gritaría por vez primera y con muchísima fuerza, esa frase que nos identifica y acompaña siempre a todos los pilotos de combate: “NO HAY QUIEN PUEDA”.
¡Qué hermoso es recordar aquel momento! Mientras esperaba pacientemente, observaba extasiado a mis compañeros que pasaban de a uno a recibir el brevet de Aviador Militar. El instructor perforaba con una fina aguja la camisa celeste, finalizando el acto sublime al girar la traba metálica, instante en el que las alas de cóndor se posaban en un pectoral trabado, en el que quedarían para toda vida.
Frente a mis ojos, se presentaba una imagen poderosa, la que me hizo retroceder el pensamiento al pasado lejano. De inmediato, comencé a caer, vertiginosamente, por un largo y angosto túnel del tiempo. Era como si el alma viajara veloz con dirección a la niñez, y allí me vi gestando esta pasión que en aquel momento veía concretada.
Había alucinado estar en el aire a bordo de una nave voladora imaginaria. Me había visto en las alturas y con una rápida velocidad había recorrido el cielo sobrevolando lugares de fantasía.
Por muchos años, gracias a esa mente creativa, con un simple cerrar de ojos lograba pilotear una ilusión que jamás desapareció, sino que creció en mí a medida que pasaba el tiempo.
Siempre mantuve la firme convicción de navegar en ese cielo azul, el que por fortuna supo esperarme pacientemente. Fue un aliado que nunca me abandonó.
Surcar el firmamento no es para todos. Mantener ese objetivo a través del tiempo fue uno de los principales requisitos en el esfuerzo por intentarlo. No todos poseen, sin dudas, las mismas condiciones. No todos tienen los mismos dones, de eso está hecho el mundo. Sólo sé que hay que poseer entereza para sostenerse en el propósito y superar las diferentes dificultades a lo largo de un extenso camino.
Cada piloto se focaliza en diferentes objetivos o gustos al decidir enfrentar esta fascinante aventura. Algunos se conforman con disfrutar en ver a sus pagos desde el aire; otros saldan una deuda pendiente de larga data mientras cumplen un sueño. A unos pocos audaces los entusiasma revolcarse en el aire animándose a la ejecución de maniobras acrobáticas. Los más arriesgados siguen el contorno de verdes praderas pegados a los sembradíos en vuelos de fumigación. Un gran grupo aspira a observar más allá del horizonte y, desde las alturas, navegar por los cielos del planeta al comando de un avión de línea. También están aquellos que sienten una profunda vocación por defender a la Patria, surcando a lo ancho y a lo largo el firmamento nacional.
Pertenezco con orgullo a este último grupo, que no es mejor ni peor que los otros. Todos, individualmente, volamos en entornos y con objetivos diferentes; pero existe un tesoro que pertenece a la comunidad de los pilotos y que simboliza la unión entre nosotros y que se llama, muy acertadamente:“espíritu de vuelo”.
No importa en qué lugar del globo terráqueo nos encontremos, compartimos idénticas vivencias y sentimientos aunque estemos al mando de diferentes tipos de aviones. Podemos comunicarnos perfectamente mediante un idioma universal, sin hablar la misma lengua. Empleamos idénticos códigos sin habernos visto en la toda la vida. Los que surcamos los cielos del planeta, definitivamente contamos con un ADN específico, el que nos distingue de cualquier otra profesión.
Si hay algo que adorna la vida de un piloto son las anécdotas, también algunas vivencias difíciles de creer y algunos hechos que despiertan el asombro de propios y ajenos. Se trata de una huella personal sobre la que se construye una rica y entretenida historia digna de ser contada, compuesta por momentos memorables que con el correr del tiempo van aterrizando en un enorme cajón de los recuerdos.
Un hito para no olvidar
Como Aviador Militar guardo muchos episodios gratos en la mente, pero uno en particular es mi preferido por lo simbólico. Aquel fue el momento en el que alcancé el objetivo más deseado, el que marcaría el inicio de una vida dedicada a la defensa de la Patria al mando de un avión. En el trascendente acto de recibir el “Brevet de Aviador Militar”, al bajar la cabeza y observar en el pecho esas hermosas alas doradas unidas por los colores celeste y blanco, lo primero que sentí fue orgullo.
El deseo de toda una vida se cristalizó en ese preciso instante y vino a mi mente la imagen de mi familia, cuyo apoyo fue incondicional siempre, y la de muchos otros que colaboraron con mi formación integral.
Desde ese instante irrepetible, comencé a valorar de otra manera el pertenecer a una institución tan gloriosa. En ese trascendente hecho, tomé real conciencia de haber sido elegido para defender los cielos de mi país.
Superado un año muy duro, quedó atrás la terrible incertidumbre de no saber si, luego de tantos años de sacrificio cumpliría con aquel gran sueño original.
Fue un día memorable, insisto, en el que ocurrieron varios hechos trascendentes en pocas horas: recibí el sable egresando como Oficial y fui notificado del primer destino a una Unidad Operativa.
A pura emoción, mi mente volaba a una velocidad supersónica. Trataba de procesar todo lo que estaba sucediendo, pero no lo podía lograr. Desesperadamente, buscaba una pausa, y cuando encontré un momento de silencio, clavé la vista en el infinito e imaginé un futuro.
En aquella ocasión, nacía la posibilidad de formar parte de un Escuadrón Aéreo Operativo. Con sólo veinte años, estaba viviendo un presente hermoso y lleno de expectativas. A partir de aquel día tan especial tuve la certeza de que debía cumplir con el juramento sagrado que era dar testimonio de lo aprendido y que, sobre todo, debía obrar conforme a nuestros valores. Ser un ejemplo en el actuar y estar por siempre al servicio de la amada bandera.
En esta fecha que recuerdo acá, fui asignado junto a una veintena de entusiastas compañeros de la Promoción ‘47, al primer destino. El rumbo marcaba la cuna de la Aviación de Caza, la IV Brigada Aérea, situada en “El Plumerillo”, provincia de Mendoza. Tierra impregnada de historia y escrita por precursores de la aeronáutica nacional.
Allí nos esperaría una bienvenida inolvidable, que siguen al pie de la letra las ricas tradiciones cazadoras.
En poco tiempo, gritaría por vez primera y con muchísima fuerza, esa frase que nos identifica y acompaña siempre a todos los pilotos de combate: “NO HAY QUIEN PUEDA”.




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