CADA VUELO SOLO ES DIFERENTE
- Luis Alberto Briatore

- 5 sept 2020
- 15 Min. de lectura
Parte 1
Si hay un día que un Piloto recuerda de por vida, es cuando por primera vez logra dominar a la máquina sin tener un Instructor a su lado o en el puesto trasero. Día memorable que podemos comparar a lo que sucede en la vida del ser humano con el corte del cordón umbilical. A partir de ese instante, estamos en capacidad de movernos solos por el aire, aunque necesitemos asistencia de un maestro que nos guie hasta alcanzar la plena madures.
Los pájaros han sido el modelo de quienes soñaban con volar. Un ejemplo de ello, fue cuando el planeo del buitre indujo a los hermanos Wrighta construir el primer avión tripulado. Teniendo en cuenta infinidad de antecedentes que asocian a esta pasión con las aves, nos vamos a comparar con una de ellas muy vinculada a nuestro país y que es un importante símbolo andino, el “cóndor”. Podemos trazar un paralelismo con respecto al proceso de crecimiento y maduración, observando muchas similitudes con la de un Piloto:
“Luego de 60 días de incubación, nace el polluelo el cual es alimentado por ambos padres. A los 6 meses ya intenta dar sus primeros vuelos en el área inmediata a su lugar de nacimiento y a los 9 meses el juvenil se encuentra en condiciones de acompañar a sus padres en sus vuelos. De ellos asimila los comportamientos básicos para su supervivencia. Al cabo de un año y medio se integra a la población local volando con una plena libertad.”
En un proceso similar y con tiempos que varían en cada caso, los que elegimos volar por gusto o vocación, atravesamos las mismas etapas hasta llegar a la madurez logrando dominar a la máquina generadora de sustentación.
Atraídos por una fuerte curiosidad que se mezcla con admiración por todo lo que vuela, decidimos entusiasmados introducirnos en una cabina llena de relojes y perillas. Al sentarnos en un habitáculo este se convierte en pocos instantes en al distinto y mágico a la vez. Por primera vez recibimos una señal que viene del cielo y toca lo más profundo del alma. Se trata de una fuerza arrolladora que nos lleva a desear con pasión dominar al más pesado que el aire. El tiempo va pasando y el deseo que crece dando paso a una pasión que no se detiene hasta llegar a cumplir con el anhelado y trascendente sueño, “el de volar”.
Solo algunos afortunados con esfuerzo y sacrificio, superando diferentes y difíciles etapas alcanzamos batir las alas logrando dominar el cielo en soledad.
Al comienzo es necesario tomar la gran decisión, querer dedicarnos por siempre a disfrutar del arte de volar. Luego vienen los manuales y las prácticas en vuelo, hasta que llega aquel día que nos sentirnos como un ave y nos deslizamos disfrutando la caricia del aire con total libertad.
Desde el momento que nos encontramos en soledad junto al amado aeroplano y logramos sin ayuda de nadie, crear la suficiente sustentación para vencer la resistencia del aire y ver todo desde las alturas, sucede algo difícil de describir, el alma se eleva y nunca más pisa a tierra. Esta es la señal que nos indica que ha dado comienzo una aventura atrapante, la que afortunadamente nos acompañará para de por vida.
Una vez en el aire, los comandos se transforman en una extensión de nuestro cuerpo y sentimos en el rugir del motor a un corazón que palpita. En ese momento tomamos conciencia que somos el alma que conduce al aeroplano hacia el destino que siempre deseamos ir.
Desde las alturas apreciamos la perfección solo creada por Dios y logramos percibir lo insignificante que somos ante la inmensidad y semejante belleza.
Los Pilotos no vemos al avión como un pedazo de metal que vuela, sino como un ser vivo, que respira, siente y piensa.
Con nuestro compañero inseparable, dialogamos frecuentemente en ausencia de testigos, momentos que se transforman en placenteros y únicos.
Al poner en marcha lo que para un mortal es un ruido para los voladores se trata de una bella y armoniosa sinfonía, que deseamos seguirla escuchando por siempre.
Enhebrando capullos blancos de algodón en el cielo, nos damos cuenta lo privilegiados que somos al alcanzar lugares lejanos e inaccesibles para el resto de los mortales.
Al observar desde la tierra un cielo límpido en un día a pleno sol, añoramos estar bien alto para poder disfrutarlo.
Observando detenidamente a un avión, este se transforma ante nuestros ojos en una fuente de belleza inagotable, deleitándonos con solo seguir con nuestros ojos la perfección plasmada en líneas y detalles.
Las pistas pasan se transforman en imponentes templos, desde donde desplegamos nuestro talento buscando dominar a la noble máquina de volar.
Los que sentimos con el alma y gran pasión este arte, transformándolo en el fundamento de nuestro existir, sufrimos un cambio en nuestra filosofía existencial, optamos vivir para volar y no utilizar el vuelo solo como un medio para poder vivir.
Luego de soñar por mucho tiempo, y por fin lograr alcanzar el gran anhelo de surcar el cielo, nos consideramos la persona más feliz en la faz de la tierra.
El verdadero Piloto, no se amarra al avión dentro de la cabina, ata el avión a su cuerpo y lo convierte en parte de su ser.
Somos una raza distinta, nos despojamos en el aire de lo mundano para limpiar nuestro espíritu en el firmamento.
Abrazar esta locura que se llama volar, es un sentimiento y una pasión, la que nos trasporta a una vida colmada de detalles exquisitos que disfrutamos en el aire de una manera distinta e indescriptible a la de cualquier otra actividad o profesión.
Una experiencia diferente
Al llegar el tan esperado “Vuelo Solo”, vivimos un día imposible de poder olvidar. Suceso que va acompañado de una fuerte carga emocional. Cada Piloto es el artífice de darle la perfecta dimensión.
Es un hito que despierta mucha curiosidad, principalmente porque seguimos al pie de la letra viejas tradiciones y mitos, los que hacen de este día tan especial algo mágico y único.
En mi vida como Aviador Militar pude disfrutar de 5 vuelos solos, a los que recuerdo gratamente y puedo catalogarlos como totalmente distintos uno de otro. Las diferencias las atribuyo principalmente: a la experiencia al momento de concretarlos, las circunstancias que rodearon a este inolvidable evento, y fundamentalmente, el tipo de avión volado en aquella memorable oportunidad.
Debuté de muy joven con un conocido entrenador pistonero, el B-45 Mentor, luego siguió un noble bireactor, el Morane Saulniere MS-760 París. En poco tiempo tuve la fortuna de hacerlo en un clásico de la aviación de combate mundial, el Sabre F-86 F, en cuarto lugar llegó por fin el espejismo, un amor a primera vista, el fascinante Mirage y por último, fuera del país, en la hermana República de Bolivia, el legendario T-33 Silver Star. Aviones distintos unos de otros, los que con diferentes estilos y características, le dieron un sabor muy particular a cada apasionante e imborrable experiencia.
Beechcraft B-45 Mentor, Grupo Aéreo Escuela, Escuela de Aviación Militar - Córdoba
El 7 de mayo de 1981 me inicié en una de las tradiciones más importantes para un Piloto militar, con la particularidad que no conocía mucho de este nuevo mundo y de un legado dejado por los precursores, acontecimiento que se venía repitiendo por décadas.
Solo hacia un par de meses que había comenzado con la actividad aérea. Cada paso se transformaba en una nueva aventura aeronáutica. Por aquellos días concentraba la atención en la supervivencia por permanecer en el exigente Curso de Aviador Militar.
Había tanto en juego, que la principal preocupación apuntaba a evitar un tropezón que malograra continuar con la pasión de toda una vida.
En ese momento ningún Cadete Cursante tenía el futuro asegurado, la única seguridad llegaría recién a fin de año, con la culminación del Curso de Aviador Militar, momento sublime donde el Brevet de Aviador Militar formaría parte para siempre de nuestro uniforme.
Desde el comienzo de la actividad aérea, en ningún momento el tema Vuelo Solo se cruzó por mi cabeza, recién tomé conciencia del valor de este hito, al superar la primera inspección. Actitud totalmente lógica, la cabeza estaba centrada en otra preocupación, buscar superar el próximo difícil obstáculo.
Esfuerzo, fortuna y sorpresa fueron las palabras claves que rodearon a un trascendente momento, en el que debía superar al más difícil de los exámenes.
Rendí en uno de los últimos turnos de vuelo, habían quedado muchos en el camino. Fue una evaluación distinta a la esperaba. En unas 10 oportunidades el motor falló intencionalmente y de manera consecutiva. Contra mis pronósticos, obtuve una muy buena calificación. La alegría era solo interior y discreta. Muchos de los compañeros que compartimos el Escalafón Aire por 4 años, habían sido separados de vuelo. La situación para ellos era demasiado triste, se derrumbaba el sueño de toda una vida. El ambiente era extraño, la euforia existía, pero está escondida y totalmente contenida.
Una vez definida la última inspección, comenzamos a pensar en lo que venía, el Vuelo Solo. Una ceremonia totalmente organizada por ajenos al vuelo sin participación de los Cadetes. Algo de esperar, la preocupación del Cursante debía estar dedicada en un 100% al vuelo y no en el armado de un festejo.
Llego el día del nuevo desafío. Como lo indica la tradición, previo al vuelo debíamos elegir un indicativo de vuelo y un padrino para el bautismo.
Al llegar al Grupo Aéreo Escuela, la meteorología no podía ser mejor. Nos estaban esperando ansiosos una veintena de Mentor perfectamente alineados en plataforma, listos para el vuelo tan añorado.
Considero a este vuelo en lo personal como histórico, porque se trataba de la primera oportunidad en la vida que iba a volar en soledad.
Como una paloma que le sueltan las alas, sentí la libertad más plena. Sensación donde se mezclaban la inexperiencia, debido a la poca cantidad de horas acumuladas y una juventud impetuosa que trataba de madurar.
Cumpliendo exactamente todo lo previsto, despegue sin inconvenientes. Ascendí con destino al sector de vuelo. Nos revolcamos con el noble Mentor en un par de serie acrobáticas. De regreso al aeródromo, practiqué un par de circuitos de pista, dada de motor luego del toque, una última vuelta para despedirme de esta linda experiencia en soledad, y para terminar, el aterrizaje final.
Luego de tocar el cemento con todo éxito, al abandonar la pista y comenzar a rodar, observaba a lo lejos en la plataforma de estacionamiento, a una multitud de compañeros esperando ansiosos la llegada del vuelo solo, me esperaba la típica revoleada por los aires.
Una vez detenido el motor, desabroché los arneses quedando en libertad de movimiento. Parado en el borde de ataque del ala, mediante un impecable clavado, caí en la famosa lona de los bomberos. Mi cuerpo se elevaba por los aires como un panqueque, estaba disfrutando de un momento único. Por fin podía exteriorizar por primera vez y con muchas ganas, toda la emoción contenida. Al detenerse el movimiento de la lona, y ya sobre el piso, se produce la típica manteada. Una vez incorporado, llegaron los sentidos abrazos con mis compañeros. Finalizado el último vuelo, nos dirigimos a esperar la tradicional ceremonia.
Frente al cóndor del Grupo Aéreo Escuela, el Padrino del Vuelo Solo fue el encargado de adornar el desnudo cuello con el pañuelo bordeaux, y también, con un fuerte manotazo, colocó en el brazo derecho el escudo.
Por tratarse del primer Vuelo Solo, guardo un recuerdo muy especial. Fue el único que tuvo lugar sin ser Oficial, sucedió en un momento en el que no estaba nada definido, faltaba mucho para la obtención del Brevet de Aviador Militar.
Morane Saulnier MS-760 París, Escuela de Caza- CB2 - IV Brigada Aérea, Mendoza
El 16 de abril de 1982, 2 días antes de mi cumpleaños, fue cuando que volé solo en un Morane Saulnier. El más gris de todos los primeros vuelos en soledad vividos en mi carrera.
El 2 de abril y con anterioridad a este tradicional evento, tropas argentinas desembarcaban en las Islas Malvinas, hecho que cambiaría el destino de la Fuerza Aérea Argentina.
Por aquellos días luego de lo ocurrido, la institución comenzaba con los preparativos para afrontar un posible conflicto bélico. No se trataba de cualquier enemigo, enfrentábamos en inferioridad de condiciones tecnológicas, nada más ni nada menos, que a la tercera flota del planeta. Lo hacíamos en un campo de batalla totalmente desconocido para la Fuerza Aérea, el naval.
Iniciados los preparativos, el Escuadrón A-4C fue el único afectado debido a las capacidades que disponía el avión para el Teatro de Operaciones Sur. Al comenzar el Curso, uno de nuestros Instructores más jóvenes fue requerido para volver a rehabilitarse en el Skyhawk.
El ambiente en la pionera Unidad de Combate se veía alterado ante una posible guerra e inminente despliegue de muchos de sus hombres a la Base de San Julián, situada a orillas del mar, en la patagónica, Provincia de Santa Cruz.
A lo largo de todo el conflicto el ritmo de la Escuela de Caza nunca fue alterado, continuando con los temas previstos de acuerdo a lo planificado.
Todas las mañanas antes de salir a volar teníamos un nuevo hábito, en lugar de escuchar música durante el desayuno en el Bar del CB2, la oreja no se despegaba de la radio. Estábamos muy atentos a las noticias relacionadas al conflicto que se avecinaba con Gran Bretaña.
Un par de motivos hicieron que este Vuelo Solo fuese diferente: el primero de ellos, estaba relacionado con el avión. Al MS 760 era un viejo conocido, lo habíamos volado con anterioridad, acumulando unas 50 horas en la Escuela de Aviación, y hacerlo en soledad con una considerable experiencia previa, no representaba un gran desafío. El segundo motivo, tenía relación con la incertidumbre que reinaba por esos momentos, situación que alteró el clima festivo que normalmente existe en un evento de estas características.
Llegado el día indicado, cumplimos con el ritual del Vuelo Solo. Volamos sin copiloto al mando de un avión muy dócil y sencillo de pilotear. Hubo emoción, pero no con la fuerza que caracteriza a un acontecimiento de esta naturaleza.
Al poco tiempo comenzaron los combates con pérdidas humanas, donde la IV Brigada Aérea sufrió varias bajas entre sus valientes Pilotos.
Nuestro joven Instructor, el Teniente Jorge Alberto Bono, al mando de un Douglas A-4C Skyhawk, en una acción heroica de combate, fallecía el 24 de mayo de 1982. Terminada la guerra, fue ascendido post mortem a Primer Teniente y condecorado con la Medalla al Valor en Combate.
Si bien volar solo es uno de los momentos más recordados para un Piloto, este en particular fue totalmente distinto, con un festejo contenido, existía un clima de respeto a todos los camaradas desplegados en la costa patagónica. Causa más que justificada para que este haya sido un Vuelo Solo gris y recordado de una manera diferente al resto de los vividos.
North American F-86 F Sabre, IV Brigada Aérea, Mendoza

Al egresar como Pilotos de Combate, nos incorporamos a distintos Escuadrones Operativos de la aviación de combate. Una parte se dirigió a Reconquista a volar IA-58 Pucara, allí los esperaban los valientes Pucareros, recientes protagonistas de la guerra. Otro grupo partió a Villa Reynolds, al nido de los Halcones, participes de ataques memorables a la flota inglesa, allí volarían el A-4 B, y los restantes egresados permanecerían en Mendoza, disfrutando del legendario Sabre F-86F, grupo del que formaba parte junto a otros 7 compañeros.
A la vuelta de unas merecidas vacaciones, sin pérdida de tiempo, comenzó el primer curso teórico en un avión de combate, donde por casi 1 mes aprendimos todo acerca del próximo desafío.
El Sabre era un avión de combate con infinidad de pergaminos. Uno de los guerreros del aire más construido en el planeta. Había volado en más de 30 países, muy versátil e ideal para aprender los fundamentos de vuelo en un caza.
Había pasado casi un año de la guerra, y este Vuelo Solo era el primero luego de aquella heroica participación, circunstancias que le daban una connotación especial a este tradicional evento.
Al no disponer de un avión biplaza para aprender a volarlo, ni bien terminábamos el curso teórico, seguía de inmediato un increíble reto, comenzarlo a volar en soledad desde la primera hora.
Los preparativos para tan importante evento comenzaron en forma paralela con el estudio de los distintos sistemas y procedimientos del F-86F, ya que el vuelo estaba previsto una vez finalizado el curso.
Se vislumbraba un festejo importante. La cantidad de invitaciones y solicitudes superaban la capacidad de la Brigada. Por tratarse del primer festejo de estas características post Malvinas, todos querían estar presentes. En Mendoza se reencontrarían casi la totalidad de los guerreros que habían combatido en el Atlántico Sur, sumado a mucha sangre joven destinada en las distintas Unidades que querían, además de disfrutar del evento, conocer en persona y escuchar historias frescas de la guerra en primera persona, relatadas por nuestros patriotas del aire.
Uno de los recuerdos que diferenciaron al F-86F de otros aviones que llegué a volar en la FAA, fue la manera de llevar a cabo la práctica de rodaje y aborto de despegue. Existía un detalle diferenciador, el arriesgado Instructor iba sentado sobre el riel de la cabina agarrado bien fuerte de donde podía. Modalidad de práctica llamativa y obligada, ante la falta de un avión biplaza. Otra característica distintiva, estaba relacionada al primer vuelo, era en absoluta soledad. El Instructor enseñaba y supervisaba desde otro avión llamado Ladero, formándole sin perder detalle de lo que hacía el Alumno, lo hacía desde muy cerca. Las correcciones se efectuaban por radio. Para no aturdir al torrero ni ventilar intimidades relacionadas a los errores del novato, se utilizaba una frecuencia interna, cambiando radicalmente modalidad a la que estábamos acostumbrados al recibir indicaciones, en la importante comunicación entre el maestro y el discípulo.
El día señalado
Una vez que llegó el momento tan esperado, todo estaba preparado para un gigantesco festejo. Por primera vez como Alumnos, tuvimos activa participación en la totalidad de los preparativos para este gran festejo, algo que no había sucedió en los anteriores, detalle que le daba otro sabor al disfrute.
Luego del briefing general y antes del debut en el Sabre, sucedió algo impactante y hermoso, sutileza que quedaría grabada en mi cabeza para siempre, por tratarse de un noble gesto. Momentos previos al vuelo, mientras nos colocábamos por primera vez un traje anti “G”, fueron cayendo como gotita los viejos Sabreros. Se acercaban a nosotros al mejor estilo de un amigo que deseaba lo mejor para su compañero. Nos apartaban en un rincón y en vos muy baja y de manera gentil, casi susurrando al oído, aportaban algún consejo que aliviara la lógica presión ante tamaño desafío. Contribución que le dio un gusto especial a esa previa. Se trataba de un ejemplo más de la ley de la vida, donde los más experimentados ayudaban y alientan a los más jóvenes. Saludable ritual y factor común en todos los Escuadrones de Combate de la Fuerza Aérea Argentina.
Otro grato recuerdo, tiene relación al ladero que me tocó en suerte. Se trataba del Jefe de Brigada, un Brigadier con mucha experiencia en Sabre, pero que no contaba con la continuidad de un Piloto Operativo. Situación que desato un episodio muy gracioso. Con el humor que caracteriza a los cazadores y a modo de chanza, en los momentos previos al Vuelo Solo, experimentados Pilotos, mencionaban a modo de chanza, diferentes recomendaciones de cómo debía cuidar al Brigadier, detalle divertido que permitió una distensión total, poco antes de tan importante vuelo.
Una vez que las ruedas se despidieron de la pista, costo un poco ubicarse en la nueva cabina. Nunca había volado con traje anti “G”, máscara de oxígeno y asiento eyectable. Los instrumentos eran muy distintos a los del Morane. Verlos en movimiento y a la vez tratar de dominar al avión fue algo único e imposible de borrar de mi retina.
El impacto más significativo fue la diferencia de potencia con el MS-760 París, detalle que guardaba directa relación con el régimen de ascenso. Sentía que estaba piloteando una nave espacial, el altímetro giraba muy rápido para lo que estaba acostumbrado y no quería por nada del mundo detenerse.
Una vez en el sector de vuelo, tuve el placer de comprobar lo agradable que era volar esta hermosa aeronave. El Ladero, seguía al inexperto Sabrero pegado como una sombra, mientras le daba forma a diferentes maniobras de confianza, típicas del primer encuentro con el F-86F.
El aterrizaje acompañado del experto custodio, un Brigadier precursor del vuelo en Sabre, hizo que este acto sublime, fuese más sencillo de lo que pensaba, otro detalle positivo más, completando un vuelo perfecto e inolvidable.
Al llegar rodando a la plataforma, una multitud esperaba que bajara de la cabina. Se habían juntado un grupo importante de cazadores ansiosos por saludarme de diferentes maneras. Fui agasajado con numerosas demostraciones de afecto muy efusivas por cierto, las que recordé por muchos días luego de pasar por esta determinante experiencia.
La cantidad de aviones e invitados era realmente impresionante. Aterrizaron 15 IA-58 Pucara, 8 Douglas A-4B Skyhawk acompañados por 1 Douglas DC-3 de apoyo, con metegol abordo, 4 MK62 Canberra, 4 Mirage M-IIIEA, 4 Mirage M-5 Dagger, 3 Hércules C-130, 3 Fokker F-27, 1 Sabreliner (T-10), 2 Lear Jet 35, 3 B-45 Mentor, 5 C-182 y 3 Aerocomanders 500.
En la plataforma principal los dueños de casa habían tirado toda la carne en el asador: 11 Sabres, 25 Morane, 10 A-4C y 5 helicópteros Lama.Demostración de poder y un gran espectáculo a la vez. Al ver esa postal operativa, sentíamos en la piel que allí estaba representado el espíritu y el poder de la Fuerza Aérea Argentina.
En una emotiva y recordada ceremonia, recibimos orgullosos el clásico pañuelo naranja y el escudo del Escuadrón Sabre.
Un asado con unas parrillas desbordadas de manjares gauchos, dieron la bienvenida a un gran número de comensales provenientes de diferentes los puntos cardinales.
En medio del festejo y próximos al postre, tuvo lugar lo más creativo que sucede en este tipo de evento, el típico y esperado sketch.
Los flamantes sabreros, ahora transformados en actores de Hollywood, satirizaron a todos los miembros del Escuadrón, recordando diferentes hechos graciosos ocurridos desde la incorporación de los jóvenes Pilotos al Escuadrón, hasta a la fecha del Vuelo Solo. Se trataba de una actuación donde un público selecto no quería perderse ningún detalle de los trapitos que se ventilaban al sol con mucho humor y altura. Desde el comienzo de este número artístico, en un ambiente sana camaradería, el total de los presentes no pararon de reír.
El almuerzo fue vivido con mucha intensidad, eso fue posible gracias a cánticos y relatos de anécdotas guerreras. El ambiente era tan agradable, que sin darnos cuenta llegamos a la cena, y un grupo selecto con mucho espíritu aeronáutico, supo mantener la llama cazadora encendida, extendiendo el festejo pasada la madrugada. Los visitantes más comprometidos con las tradiciones, permanecieron un día más, pernoctando en la cálida y acogedora tierra cuyana.
Este fue uno de los Vuelos Solos que más pude disfrutar. Una serie de circunstancias hicieron que lo recuerde como uno de los mejores. Debutaba en un avión de combate, lo volaba solo por primera vez, y si bien, era muy joven, estaba más afianzado como Oficial y contaba con una mentalidad más madura y diferente.
Otro detalle que nos llenó de satisfacción, fue la preparación con nuestras propias manos de cada detalle, llevado a cabo mediante un esfuerzo grupal, donde todo salió a la perfección.
Como primer evento de estas características luego de la guerra, había muchas ganas de juntarse y abrazarse entre los que habían formado la FAS - Fuerza Aérea Sur durante el conflicto bélico. Este fue otro de los puntos que le dio un carácter diferente a este festejo de Vuelo Solo.
La alegría nos invadía ante tremendo logro, teníamos al fin todos los pergaminos para sumarnos al largo listado de miembros del Escuadrón Sabre. Esta fue una larga jornada, donde el “NO HAY QUIEN PUEDA” se escuchó con fuerza y pasión en infinidad de oportunidades.














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