El vuelo más importante de mi vida Parte 2
- Luis Alberto Briatore

- 25 jul 2020
- 13 Min. de lectura
No progresaba como era de esperar
En los primeros temas el desconcierto era un factor común entre los Cursantes. Todos intercambiábamos información, atentos a poder averiguar el gran secreto: “¿Como aterrizar al Mentor sin llegar a maltratarlo?”.
Recuerdo que con el curso ya más avanzado, tenía en esos momentos unas 10 horas de vuelo en la espalda, algunos explicaban magistralmente la manera de aterrizar. Al escucharlos todo parecía extremadamente sencillo, grado de seguridad que hasta esta etapa de la instrucción en vuelo no había podido alcanzar.
A esta altura la autoestima se encontraba bastante vapuleada. Con el avión volando lejos del piso, todo salía de manera aceptable, los inconvenientes aparecían próximos a la tierra, fase del vuelo donde surgían algunas dudas. Desorientado era la palabra correcta, no sentía la confianza necesaria en ese instante tan importante para un Piloto novato, “el aterrizaje”.
Entrabamos en zona de definiciones y la procesión iba por dentro. No lograba dar con la técnica exacta, mientras observaba que al resto de mis compañeros les iba comparativamente mejor.
La mecha cada vez era más corta, llegaba una semana crítica en que se definía la continuidad en el curso, ¡y sucedió algo totalmente inesperado! Nuestro Jefe de Escuadrilla e Inspector, el mismo que conocía en detalle el rendimiento de cada Alumno, se ausentaba por un tiempo del Grupo Aéreo, en su lugar llegaba un Instructor totalmente desconocido.
Recuerdo que ese día fue como si un zorro entrara en un gallinero. El índice de pánico trepó a valores insospechados, enfrentábamos una nueva realidad que agregaba más incertidumbre a la ya existente.
Este nuevo actor, Oficial al que no conocíamos, no sabía nada acerca de cada Cursante, y lo más terrible, se hacía cargo de la Inspección de Pilotaje, el mayor filtro a lo largo de tan exigente curso de vuelo.
La inspección más importante de mi vida
Radio pasillo rumoreaba que el Inspector ponía énfasis en el aterrizaje y en la manera de resolver la emergencia que simulada motor detenido. Razonamiento lógico en la elección de donde poner el dedo en la llaga: No nos conocía, buscaba tener la certeza y tranquilidad que al volar solos lo hiciéramos con seguridad ante la aparición cualquier imprevisto, donde la rotura del motor es el problema más complicado a resolver para cualquier Piloto.
La primer tanda de exámenes resulto lamentablemente nefasta, hubo una cantidad inesperada de aplazos. Dentro de las bajas se encontraban Cursantes que en la previa no evidenciaban problema alguno, los que al momento de la verdad bajaron del avión calificados con un desaprobado. La situación era más que preocupante, principalmente para los que estábamos a la espera formando fila y listos a rendir.
El día D
Creo que fui uno de los últimos en ser examinado. Había quedado el tendal que pasaba a una segunda instancia decisiva, llamada Inspección de Eficiencia. Este era un dato poco alentador en la previa a un examen de tamaña envergadura.
Bien atado a la butaca del B-45 y a la espera, con un alto grado de concentración, dedicaba los últimos minutos en tierra a repasar procedimientos de un vuelo de inspección imaginario, el que en instantes se haría realidad. ¡De repente aparece el Inspector!, un hombre delgado y alto, el que se acercaba rápidamente al avión portando un paracaídas que colgaba del hombro derecho.
Mientras se subía al avión, el dialogo con el 1º Teniente comenzó pronunciando una frase poco atractiva, la que es comúnmente expresada por muchos Instructores y no tranquiliza en lo más mínimo al nervioso Alumno: ¡No se haga problema, solo cumpla lo que le indico y todo va a salir bien, pibe!
Al sentarse en el habitáculo trasero y mientras se iba colocando los arneses, grita con voz enérgica: ¡Vaya poniendo en marcha! Y así comenzó un vuelo que nunca podré olvidar en mi vida, por varias y justificadas razones. Faltaban pocas horas de luz y solo quedaban un par inspecciones, causa que obligó a partir raudo y veloz en rodaje rumbo a la cabecera 01. Como una exhalación, rápidamente saltamos como un resorte al aire, escenario donde se libraría la batalla más importante en la vida de este joven Piloto, principalmente por todo lo que estaba en juego. Comenzamos de una forma totalmente atípica. Con el diario del lunes, me di cuenta la lupa estaba puesta en saber si ante una emergencia, este inexperto Cadete podía arreglárselas solo y llegar a tierra junto al valiente Mentor sanos y salvos. Aunque sea algo difícil de creer, durante toda la Inspección de Pilotaje nunca llegamos pisar el sector de vuelo. En unos 40 minutos que duro el turno, no paramos de simular falla de motor. El vuelo estuvo no fue más allá de un área muy pequeña, revoloteamos en las cercanías de la pista principal y campos aledaños.

Si mal no recuerdo, creo que fueron unas 10 veces que escuche por el intercomunicador esa frase electrizante: “Falla de motor, ¿Ahora qué hacemos?”. Una vez planteada la emergencia, la mano izquierda que mantenía el acelerador firmemente hacia delante, notaba que este retrocedía en un violento movimiento, llegando hasta el tope inferior, pasando a la posición de ralentí, donde el Mentor perdía toda la potencia impulsora. No se trataba de un avión embrujado, era el Instructor que lo reducía adrede, dando inicio a la simulación de la inesperada falla de motor. Rompimos el hielo ni bien despegamos, allí se inicio una seguidilla de cortadas de motor en diferentes situaciones. Comenzamos ni bien sacamos las ruedas del piso y antes de meter el tren. Con poca altura y durante el despegue, la regla dice: “Siempre seguir al frente”, ¡y eso fue lo que hice! Con el motor reducido aterrizamos de inmediato. Ni bien tocamos, en momentos que la pista se iba acortando, desde atrás se escucha un fuerte alarido, el que pegaba directo en la nuca:”Motooor”. Sin titubear empujo el acelerador hacia adelante, segundos después, cuando el combustible llegaba a los pistones del B-45, la reacción no se hizo esperar y nuevamente estábamos en el aire. Con un fuerte bramido y a potencia máxima, abandonábamos el cemento hacia un destino hipotético, el Sector de Vuelo. Al dar motor y ganar bastante altura, sin llegar a relajarme completamente de la emergencia que acababa de resolver, ¡nuevamente el Inspector reduce el acelerador!
Recuerdo que por falta de altura y con la pista en mi espalda, solo pude efectuar un viraje completo con 180º de giro. Achique el circuito sobreinclinado, bajé la nariz buscando mantener la velocidad salvadora de planeo a morir y con viento de cola le apunté a la cabecera opuesta. Llegamos a la pista con lo justo, ayudados por una brisa de cola que empujó al Mentor hacia la necesaria salvación. Fue una jugada demasiado arriesgada, donde estaba apostando fuerte y podía perderlo todo. Como si supiera y por instinto, algo que nunca había practicado a lo largo del curso, salió perfecto. No se trataba de un examen clásico, todos circuitos sin motor obligaban a pensar e interpolar parámetros en pocos segundos decidiendo que hacer en ese momento. Debía resolver, trasmitir de inmediato y en voz alta al Instructor, explicando en pocas palabras que planificaba ejecutar, y como si esto fuera poco, recitar los pasos de la emergencia. Definida la idea de cómo llegar a la pista, la trayectoria debía ser idéntica a la figura transmitida, estando condicionado a una ejecución exitosa. No podía quedar corto ni tampoco largo. Esta metodología empleada en estos casos, aseguraba que lo imaginado, luego transmitirlo y finalmente ejecutado, no fuese obra de la causalidad saliera bien o mal. El vuelo fue avanzando y las emergencias se repetían una tras otra, en posiciones cada vez más comprometidas, debiendo romper en todas el molde del típico circuito escolástico. Una de las reglas que apliqué en aquel momento, muy didáctica por cierto y trasmitida con sabiduría por mi Instructor, decía: “El circuito de emergencia es como un látigo. El mango de donde lo agarramos es el tramo final próximo a la pista, el que debe ser recto, por estar cerca del piso y próximos al toque, donde el vuelo obligatoriamente es con alas niveladas. En la trayectoria previa a la final, debemos volar el recorrido que sea más conveniente, no importa la forma que tenga, esta puede variar de acuerdo al lugar, el viento y la altura en que se declare la emergencia. Lo importante es aterrizar con seguridad”. Regla muy práctica, la que de inmediato vino a la cabeza, pudiéndola aplicar al decidir qué hacer en cada detención de motor simulada. ¡El motor fallaba en los lugares más insólitos! En la pista principal solo aterrizamos un par de veces, varias en un campo de aterrizaje secundario de pasto y la mayoría de las aproximaciones tuvieron lugar en potreros linderos a la Escuela de Aviación Militar. Esta última opción se presentaba como la más complicada, debíamos esquivar cables o espantar vacas aburridas, las que huían despavoridas al escuchar al motor Continental de 225 HP bramando a máxima potencia. Con la panza rozando los pastos, la hélice iba incrementando las RPM rápidamente, momento en que sentía la tracción del B-45 en todo el cuerpo, el que lo hacía al mejor estilo de una 4x4 saliendo del barro. Comenzábamos un franco ascenso con destino incierto, el que dependía exclusivamente de la voluntad del Inspector. Salía de una emergencia y entraba en otra. Parecía que la Virgen de Loreto, nuestra amada Patrona, comenzaba dándome una gran mano de chiquito, todo salía como nunca había soñado ¡No lo podía creer! A cada emergencia resuelta correctamente, el pecho se iba inflando de a poco y el buzo de vuelo en determinado momento quería explotar. Al escuchar desde el puesto trasero un grito de euforia: “¡Bien pibe!”, mantenía silencio, mientras el termómetro de la autoestima subía sin parar. A esta altura del vuelo no quedaban dudas por resolver para el exigente examinador. El tema llegaba a su fin y como broche de oro, logramos hacer un circuito tradicional, culminando este complicado examen con un aterrizaje de los buenos. Sin emitir una palabra y con la carlinga abierta buscando una refrigeración rápida, rodamos a mayor velocidad de habitual hacia la plataforma de estacionamiento. Al cortar el motor y luego que la hélice giro por última vez, contenido por un buzo totalmente empapado, descendí del avión con una mezcla de emoción y alegría que invadía hasta el mínimo espacio del alma. En ese trascendental momento hubo un gran festejo, pero muy distinto al habitual, este fue sin mostrar un solo diente, manifestación de alegría infinitamente profunda y disfrutada en completo silencio. De acuerdo a los hechos y a las expresiones manifestadas por el Inspector, habría superado esta prueba de fuego que definiría el rumbo de una apasionante vida junto a un avión, al que nunca más abandonaría. En una prolongada espera y ya casi al final de la jornada, recibí con sorpresa una buena noticia, no solo superé este importante escollo, sino que lo había hecho con una alta calificación, momento en el que comencé a respirar con mayor tranquilidad de cara a lo que venía. La incertidumbre desapareció, y lo más importante, a partir de este día logré un cambio de mentalidad. Comencé a creer más en mí mismo, pude poner los pies sobre la tierra y cambiar la manera de apreciar situaciones, en un proceso en el que estaba aprendiendo no solo a volar, sino también, a manejar las emociones y la templanza con la que debe contar un Piloto.
Nunca tuve la soberbia de creérmela, era totalmente consciente que no era una eminencia en el aire, y que el secreto radicaba en esforzarse al extremo, porque no sobraba nada.
Estos fueron unos días agridulces, si bien en lo personal estaba conforme, en contrapartida, varios compañeros desaprobados debían rendir la Inspección Eficiencia, en la que no podían fallar, por ser la última oportunidad.
En unos días quedó todo definido, algunos aprobaron y otros fueron lamentablemente separados de vuelo por no reunir las mínimas condiciones exigidas. Una situación extremadamente triste, se truncaba para algunos una gran ilusión, la de llegar a ser Aviador Militar.
El curso recién comenzaba, y si bien había pasado una prueba complicada, el camino era largo, quedando diferentes y variadas vallas por superar hasta alcanzar egresar, meta que se visualizaba muy a lo lejos en el horizonte.
Pasada esta inspección, comenzamos a sentirnos un poco más liberados y a disfrutar algo más de la apasionante actividad aérea.
Un recordado Vuelo Solo con bautismo incluido
Nos encontrábamos en condiciones de dominar al B-45 Mentor, era el momento volar en soledad, disfrutaríamos de la primera y tradicional ceremonia del primer Vuelo Solo de nuestra vida como Pilotos.
Sin tiempo para pensar mucho, cada Cursante debía elegir un indicativo de vuelo y también un padrino, el que estaría a cargo del esperado bautismo.
Este fue otro de esos momentos que nunca olvidaría, momento apropiado en la reflexión sobre lo andado. A partir de este hito, la presión ejercida sobre el Alumno iba cediendo de a poco, dando lugar a un merecido festejo distendido entre compañeros. Comenzaba a vislumbrarse vestigios de la relación tan particular que existe entre Pilotos.
Luego de 15 trabajosas horas de vuelo, era el turno de hacerlo todo solo, sin la presencia del Instructor en el puesto trasero, hito que se repetía de la misma manera desde la primera generación de Aviadores Militares.
Fue el 7 de mayo de 1981, el día señalado se presentaba sin nubes y todo indicaba que las condiciones eran óptimas para el vuele. Los cursantes finalizado el briefing general salíamos por tandas, custodiados por un B- 45 Mentor que orbitaba en las alturas, al que llaman con un acertado nombre, “Ángel”. Tenía la importante tarea de cuidar desde el primer despegue y hasta último aterrizaje, a los noveles Pilotos que permanecían en el aire.
Llegábamos hasta el avión junto al Instructor al mejor estilo de un padre que acompaña a su hijo. El maestro ayudaba a colocarnos correctamente los arneses, chequeaba que todo estuviese bien y nos despedía con una palmada antes de poner en marcha.
Al comenzar a girar la hélice el aroma a combustible casi dulce invadía la cabina. En este día tan particular olía distinto, era la soledad que cambiaba la percepción de las sensaciones, agudizando el trabajo de los sentidos.
Disponíamos de 40 minutos para disfrutar por primera vez de la libertad en vuelo. En un tiempo acotado dibujaríamos en el cielo un par de series con distintas maniobras acrobáticas, al volver haríamos algunos circuitos alrededor de la pista, y por último, el aterrizaje final.
Una vez en el aire, el silencio en el intercomunicador era un motivo de gran festejo. La ausencia de una voz que permanentemente nos daba indicaciones, hacía más placentero el vuelo definitivamente. En esta oportunidad por fin nos encontrábamos completamente solos, el pájaro de metal y un alma deseosa de gobernarlo, el cielo se podía disfrutar de una manera más placentera. Cada movimiento en el aire tenía otro valor. Comenzaba a saborear una sensación nueva y atractiva al mismo tiempo, llamada sabiamente por el hombre; “libertad”.
Una vez en el sector de vuelo comenzamos a revolcarnos en el aire gustosamente. Disfrutaba como la fuerza “G” adhería el buzo de vuelo a la piel de un cuerpo fibroso buscando la creatividad en el aire.
Luego de elegir la ruta a Alta Gracia como referencia sobre el terreno, comenzó el show dirigido a un público invisible, el que colmaba por completo el firmamento. Toneles, rizos, ocho cubanos, inmelmans y hojas de trébol se sucedían uno detrás de otro, la salida a cada maniobra era perfecta, manteniendo frente a la nariz del Mentor al camino elegido.
Aunque el Instructor había quedado en tierra, no estaba solo. Cada movimiento era charlado y consensuado, intercambiaba opiniones buscando la armonía en el movimiento, pulía detalles en una fluida comunicación que hacía en voz alta con mi confidente y fiel amigo, “el Mentor”. Estaba ante la prueba irrefutable de lo que alguna vez había escuchado, y como un verdadero incrédulo llegue a ignorar, “!Es verdad que todos los aviones tienen vida!”
Como lo bueno se termina rápido. Sin darme cuenta llegaba el momento de volver a casa. En proximidad de la pista una invasión de Pilotos volando en solitario le daban un toque distinto poniéndole vida al paisaje serrano. Con la máxima concentración posible, buscaba mantener con exactitud cada parámetro, tratando de dibujar un circuito perfecto, haciéndole caso a una de las tantas frases de advertencia que decía: “¡No vaya a ser que la ausencia del Instructor en el puesto trasero sea un motivo para relajarse y cometan alguna macana!”.
Prestaba atención en cada detalle de los tantos que componen el vuelo, agudizando los sentidos en la aproximación al aterrizaje y toque final, buscando que este fuese perfecto.
Posadas las 3 ruedas del Mentor sobre el cemento sin inconvenientes, al salir de pista y mientras iba rodando en aproximación a la plataforma, observaba a lo lejos a una multitud esperando cumplir con el rito repetido por décadas. Hasta ese momento no era consciente que estaba frente a una de las primeras tradiciones aeronáuticas que viviría.
La marcha se detuvo abruptamente cuando el Mecánico cruzo los bazos unos metros delante del Mentor. Corté la mezcla de combustible y el sonido del motor de repente desapareció, en su lugar comencé a escuchar una agradable melodía, la que al mismo tiempo era reconfortante. Los gritos desaforados de unos bulliciosos Cadetes que agitaban una lona circular me incitaban a bajar, lo estaban haciendo delante del ala izquierda del B-45. Los más audaces, golpeaban el borde de ataque y con cánticos guerreros intimaban a que moviera las manos.
Liberado de los arneses, finalmente abandoné la cabina, y luego de apoyar los borceguíes sobre el ala, salté en un perfecto clavado planeando al centro del paño blanco. De allí en más fue dar vueltas y vuelas, al mejor estilo de un panqueque en una sartén caliente. Al volar por el aire escuchaba los mejores acordes para ese inolvidable momento, se trataba de la solemne Diana de Gloria, ejecutada magistralmente por la Banda de Música y Guerra de la Escuela de Aviación Militar.
Espectáculo digno de disfrutar, instante en el que fue imposible contener la emoción y recordar en un flash lo que había costado llegar a ese feliz momento.
Luego de unos segundos de flotar en el aire, venía la parte más complicada de superar. Todos mis compañeros en simultaneo y mientras yacía desparramado en el piso sobre una lona sin vida, expresaban el amor hacia mí de diferentes y ocurrentes maneras, algunas de ellas no muy ortodoxas.
Superado un huracán de manos que palmeaban un cuerpo exhausto, pude incorporarme, y llegó la hora de expresar afecto del verdadero. Cálidos y fuertes abrazos mezclados con arengas de aliento, coronaron un sentido y recordado festejo que perduró por siempre.
Cerrando esta clásica ceremonia, traen una gran copa tipo trofeo, similar a la entregada al campeón de un importante torneo de fútbol. Recipiente enorme lleno de fresca y burbujeante champagne. Del borde superior sobresalía el palo de una brocha de considerable tamaño. En la base de una madera oscura perfectamente lustrada, aparecían pegadas pequeñas placas de bronce con cada Promoción ubicadas por perfecta cronología, por aquellos días de la 1 hasta la 47, con la respectiva fecha de cada Vuelo Solo.
Frente al solemne cóndor del Grupo Aéreo Escuela, los Cadetes pasaban de a uno por vez junto al padrino, quien previo al bautismo, colocaba el pañuelo color bordeaux en un cuello desnudo y el escudo de Curso de Aviador Militar en brazo derecho.
Con la rodilla derecha firmemente apoyada en el piso y sacando mucho pecho, una brocha pesada por estar empapada, caía una y otra vez sobre mi cabeza. Con el rostro totalmente humedecido, el padrino cumple con la formula de rigor, pronunciando en voz bien alta el indicativo de vuelo. Con un fuerte abrazo paternal y el posterior saludo a las autoridades de la Escuela de Aviación Militar, culminó esta recordada y hermosa ceremonia, la primera de muchas más que estaban por venir.
Con una foto eternizando este gran momento y luego de un sencillo ágape, finalizaba uno de los hitos más memorables en la carrera de un Aviador Militar de la gloriosa Fuerza Aérea Argentina.
















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