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Emergencias en un avión de combate. Situación riesgosa para la que debemos estar preparados

  • Foto del escritor: Luis Alberto Briatore
    Luis Alberto Briatore
  • 20 feb 2021
  • 9 Min. de lectura


Hay infinidad de pilotos en estos momentos volando alrededor del planeta en diferentes aeronaves y en distintos tipos de vuelo. En su mayoría, son excelentes profesionales del aire y tienen realmente un dominio importante del material que operan; obviamente, cuando todo funciona bien y no tenemos una presión adicional como lo es una emergencia.

Ante el avance de la tecnología, las fallas técnicas ocurren con menos frecuencia. Sumado a ello, el adiestramiento en simuladores que no difieren de una situación real, nos permite entrenarnos en prácticas relacionadas a situaciones anormales, mejorando apreciablemente nuestra capacidad de respuesta ante cualquier tipo de improviso.

Como lo marcan las últimas estadísticas, y gracias a elevados estándares de entrenamiento, la casi totalidad de los accidentes suceden por errores humanos y no técnicos.

Cuando nos referirnos específicamente al tema “emergencia”, los pilotos utilizamos reglas posibles de guardar en nuestra memoria de la manera más sencilla. Éstas nos orientan ante la aparición de un hecho de esta naturaleza. Una de ellas nos indica lo primero que debemos hacer:

1-VOLAR, es decir, dominar el avión llevándolo a un vuelo estabilizado y controlable.

2-NAVEGAR, es decir, ubicarnos y ver dónde nos encontramos, para dirigirnos a la pista más cercana. Y, por último:

3-COMUNICAR, esto quiere decir, transmitir lo que nos pasa y, en algunos casos, solicitar asistencia a un control o “torre de vuelo” o, si fuera preciso, a otro avión, quien pueda ser una ayuda de vital importancia.

Este razonamiento, lógico y práctico, es el que nos permite ordenar el actuar cuando una situación riesgosa acontece.

Volar exige una preparación permanente, y en lo que a emergencias se refiere, es primordial ser previsor y estar siempre un paso adelante de los hechos, pensando en diferentes modos de acción de acuerdo al obstáculo a superar. Esta metodología de vuelo comienza con el estudio en tierra, para luego pasar a la práctica en un “simulador de vuelo”.

Los pilotos con muchos años de experiencia suelen expresar que, aprender a mantener un avión en el aire es relativamente fácil, lo verdaderamente difícil es lograr controlarlo y tomar decisiones en las situaciones extremas.

Ésta es una verdad con todas las letras, la que nos indica que, por influencia del factor psicológico ante un problema, la capacidad cognitiva se reduce.

Otra realidad indica que la reacción del piloto ante una emergencia resuelta previamente en un simulador, resulta diferente a la que sucede en una situación real. Es frecuente que se presenten agravantes. Lo anormal no se produce tal cual está escrito o de la manera en que lo practicamos, agregándose algunos ingredientes adicionales no previstos. En estas situaciones difíciles es donde talla el criterio empleado en la “toma de decisiones”.

Esta virtud que puede transformarse rápidamente en un defecto, depende en gran parte del nivel de preparación. Otro factor determinante es la experiencia y, también, las condiciones innatas de cada individuo para adecuarse, con premura, a este tipo de contratiempos.

La buena gestión de nuestro entorno es de vital importancia

Existen otros factores que favorecen los resultados. Uno de ellos es “estar siempre alerta”; como así también, emplear y administrar positivamente el entorno donde nos movemos y cómo manejamos las reacciones humanas; buscando siempre resolver la emergencia en un ambiente de calma, si ello fuera posible.

Este tipo de actitudes favorece a que todos los actores involucrados puedan colaborar brindando un aporte positivo de manera coordinada; tal cual como lo dicen los libros. Esta idea no abarca sólo al piloto, nos referimos a un nutrido grupo de profesionales involucrados en cada vuelo: piloto, copiloto, tripulantes, mecánicos, controlador de torre de vuelo, operador radar, bombero, servicios de apoyo al vuelo en tierra, etc. La lista es mucho más amplia de lo que uno pueda imaginar.

Para resolver una situación de emergencia no hace falta ser un superhombre, ni tampoco tener una mente brillante, con un poco de sentido común, preparación previa y estar alerta,basta. Comentaba a la cadena BBC, el instructor de vuelo británico John O'Hara, poco después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, en EE.UU: “La clave—sostiene—es sobreponerse al efecto sorpresa que nos puede incapacitar a la hora de tomar decisiones. Pasamos de estar en una situación total y absolutamente normal a otra que empieza a degradarse rápidamente, con un peligro latente y con final abierto”.

Los que volamos tenemos algo en común, es instintivo, forma parte de nuestra naturaleza soñadora. En algún momento de meditación aeronáutica, planteamos situaciones riesgosas mentalmente, y dibujamos en un cielo imaginario la manera de poder resolverlas de la mejor forma posible. Tenemos una inclinación a sentirnos motivados para resolver emergencias con éxito, una fantasía que muchas veces ocurre. Esto no significa desear que sucedan, por lo contrario, es estar mentalizados y bien preparados para cuando llegue el momento de actuar. Se trata de un fenómeno difícil de explicar. Es un fuego sagrado e interior que nos impulsa a estudiar y plantearnos situaciones hipotéticas, sin la exigencia de un tercero. Éstos son razonamientos habituales y constructivos que van forjando el actuar de manera profesional.

Una experiencia distinta en una actividad con características muy particulares

La mayoría de los pilotos enfrentamos, en alguna oportunidad, estos episodios no muy agradables llamados comúnmente: “emergencias”; unos, muchas; y otros, pocas. A veces, más y menos complejas; otras veces, con mayor o menor fortuna.

En el mundo que rodea a las situaciones anormales sucede algo que atrae a propios y ajenos, se trata de los relatos de esas anécdotas (casi guiones) muy entretenidos de escuchar, los que nos trasladan, mágicamente, a otra época con condiciones diferentes a las del momento, haciéndolo más atrapante aún.

Los más hábiles, con una verba asombrosa, nos sitúan con maestría en ese momento de riesgo, logrando atrapar el 100% de nuestra atención. Suele ser la descripción de un cuento, que bien contado, frente a camaradas, amigos, parientes, hijos o nietos, hipnotiza y hace que los que escuchan se muestren extasiados.

En lo personal, puedo describir varios hechos en diferentes aviones, ambientes, momentos, fases del vuelo, donde pude superar distintas clases de emergencias. ¡Por suerte las puedo contar! Y esto no es algo menor en una profesión de riesgo donde muchos, lamentablemente, quedan en el camino.

Los pilotos de combate operamos en condiciones muy singulares. Surcamos el cielo por períodos no muy prolongados. En nuestra espalda tenemos menos horas en el aire que un piloto de transporte; pero sí, muchas salidas con infinidad de despegues y aterrizajes, en comparación a otro tipo de vuelo. El uso del piloto automático no es algo que nos atrape. Nos gusta arriar con nuestras propias manos a la bestia salvaje. La intensidad del vuelo es, muchas veces, extrema en lo que a maniobras y aplicación de fuerzas “g” se refiere. ¡Somos enemigos de lo estático. Optamos por lo totalmente dinámico!

El vuelo recto y nivelado no es nuestro hábitat natural. Los fierros que volamos, de manera normal, no disponen de limitadores de performances ante actitudes anormales que llegan en algunas situaciones a lo extremo. Exploramos los tres ejes, haciendo casi todo lo que se nos ocurra. El único secreto es saber cómo hacerlo.

Vivimos un mundo donde lo habitual es operar al límite con aplicación de mucha “G”. Mundo en el que, revolcarnos en el aire es un verdadero placer.

Al surfear frecuentemente la línea roja, sumado a la exigencia extrema a la que es expuesto nuestro material y, por muchas causas más, el porcentaje de exposición a las emergencias y a las situaciones anormales es superior en relación a cualquier otra especialidad; las que, en su mayoría, terminan sólo en anécdotas sin consecuencias.

El poco espacio, la inexistencia de un deseado confort difícil de lograr en nuestras reducidas cabinas, el volar solos sin un copiloto que nos asista, mantener las manos casi permanentemente ocupadas accionado distintos dispositivos desde el acelerador y los comandos de vuelo, la imposibilidad de buscar y leer un procedimiento para solucionar una emergencia repentina y, muchas veces, violenta, hace que sólo podamos recurrir como única y gran ayuda a un método, el que se encuentra íntimamente relacionado al género lírico, nos referimos a “la poesía”.

Si queremos movernos por el aire con soltura en alguna de estas naves de guerra, las emergencias, los procedimientos y las limitaciones deben estar perfectamente almacenadas dentro de nuestra cabeza. Nos estamos refiriendo al único e infalible método que disponemos para que los conocimientos salvadores sean aplicados sin errores, en el mismo momento que sucede la emergencia.

Esta metodología de fijación mental de procedimientos y emergencias, funciona recitándolos una y otra vez a diario, hasta llegar a saberlos como el Padre Nuestro.

En el “ring-side” se vive la realidad. Éste es un día de actividad normal en la vida de una unidad de combate. Percibimos que un avión entra en emergencia cuando, repentinamente, oímos el sonido de una sirena que propaga su llamada a kilómetros a la redonda. Esta señal acústica alerta a los servicios de asistencia cuando un avión se encuentra en emergencia.

En la torre de vuelo se encuentra un piloto de combate con suficiente experiencia para asistir a los aviones en vuelo, el que cumple un turno llamado: “Director de vuelo o móvil”. Este oficial suministra información necesaria para el despegue y el aterrizaje, de manera rutinaria. Durante una emergencia es quien activa los servicios de apoyo y repite, en frecuencia de radio, los pasos a seguir de acuerdo al tipo de inconveniente que se presente.

Superado el percance

Consumado el hecho, se investiga lo que sucedió, y se determinan cuáles fueron la o las causas de lo acontecido. Proceso llevado a cabo por una “Junta investigadora de accidentes”, normalmente presidida por un oficial ingeniero, que trabaja junto a un equipo de especialistas. Concluida la investigación, la junta emite una resolución, la que además de determinar las causas, señala una serie de acciones correctivas y preventivas, las que buscan evitar o mejorar las condiciones de operación en el caso que se repita un evento con similares características.

Por último, una vez que se encuentra liberado el avión por los investigadores, este proceso continúa con la reparación de la aeronave. Para que el avión vuelva a volar, se toman todos los recaudos preventivos, eso se logra reparando o reemplazando los componentes dañados.

Resulta extremadamente interesante ver el profesionalismo con que trabaja el personal de mantenimiento, ellos son los que chequean hasta el más mínimo detalle antes de entregar el avión listo para un nuevo vuelo.

Cuando el tiempo apremia, como lo fue en la Guerra de Malvinas o en un despliegue operativo donde sumar salidas es importante, ante una falla, las distintas especialidades se distribuyen en diferentes partes del avión, cada uno haciendo su trabajo de manera organizada. En un lapso que es difícil de imaginar, el avión está, por lo general, reparado. En poco tiempo, esa ave malherida se trasformará en una completamente sana y puesta en servicio para abandonar el nido otra vez.

En muchas oportunidades, los mecánicos llevan adelante las reparaciones y/o los cambios de componentes, en posiciones corporales totalmente incómodas y trabajando normalmente en espacios muy reducidos; suelen tener contacto con distintos fluidos, y trabajar sin importar la hora ni el tiempo de jornada laboral.

Arriesgan, en ciertas ocasiones, la integridad física sin que nadie los obligue a hacerlo. Por amor propio, sienten que es su deber; y son llamados por el deseo de satisfacer y servir, muy lejos de pensar en lo material, ya que el motor que los mueve es una verdadera vocación.

Son los que aportan un importante soporte operativo, principalmente, cuando se presentan problemas complicados. Ellos son los únicos culpables de lograr que un puñado de aviones se transformen en muchos más, posibilitando una mayor cantidad de salidas diarias que lo que, de manera racional, puede esperarse. Por algo son llamados: “Magos”.

Me considero un privilegiado. Tuve la fortuna de contemplar durante muchos años desde la mejor platea para un piloto de combate, un asiento Martin Baker. Desde lo alto, fui testigo del mejor espectáculo: ver cómo, los de mameluco azul solucionaban cualquier tipo de novedad, y me despedían cuando yo partía hacia el cumplimiento de una nueva misión. Ésta es la sensación del deber cumplido.

Cuando un cazador está en apuros.

A lo largo de un interesante derrotero como piloto de la Fuerza Aérea Argentina, tuve la oportunidad de volar distintos aviones, en su mayoría de combate. Como le sucede a cualquier piloto, en alguna ocasión me vi obligado a enfrentar una emergencia o situación riesgosa buscando la mejor solución para salir indemne. Si bien estudiar es vital, son también muy importantes esos determinantes consejos transmitidos de boca en boca, emitidos por experimentados y excelentes instructores que desparraman sabiduría a su paso. Nos referimos a los “Tips” o secretos no escritos y que debemos grabar en nuestra mente para ponerlos en práctica cuando llega el momento de tomar decisiones importantes.

Estudiar emergencias fue una permanente prioridad, mientras tuve entre mis manos los comandos de un avión de combate, obsesión que permitió sentirme más seguro y volar con soltura dentro de las distintas envolventes de vuelo al mando de diferentes máquinas de guerra; actitud necesaria en una actividad donde, ante un problema, no es posible hacer un paréntesis tirándose a la banquina para pensarla, ya que debemos actuar de inmediato y con seguridad.

En un grupo aéreo existen muchas rutinas; una de ellas es diaria, y sucede bien tempranito, antes del desayuno. Escuchamos interesantes relatos acerca de resoluciones de incidentes y accidentes ocurridos en el avión que estamos volando. Sana costumbre que contribuye a adoptar un correcto criterio ante situaciones complicadas de resolver. Se trata del método más barato que existe para un piloto que arriesga su vida: aprender de la experiencia ajena.

Nunca me interesó guardarme nada, y siguiendo esa línea de pensamiento, realmente siento que es interesante poder compartir en primera persona, algunos de estos episodios superados con la enorme ayuda de nuestra “copilota”, nuestra Patrona, la Virgen de Loreto, imagen que se encuentra colocada en el tablero de instrumentos, y que es quien nos acompaña en cada vuelo, la que nos mira a los ojos y nos brinda su ayuda cuando algo malo ocurre.

Estos entretenidos relatos son parte de una historia personal, en aviones que hoy no están volando, y con una tecnología distinta a la que disponemos en la actualidad. Todos guardan enseñanzas y vivencias de las que podemos rescatar algo positivo, aplicables en nuestro próximo vuelo, sin importar el avión que estemos volando.

En estas líneas, hemos podido apreciar, que una emergencia que pareciera ser un hecho negativo, pone ante nuestros ojos lo mejor que tenemos: el verdadero y genuino patrimonio institucional, nuestro personal. Cada miembro de este gran equipo de trabajo supera, ampliamente, la línea del deber dando un plus, no importa el rol que ocupe.

Tal vez, todo esto dé respuesta a ese eterno interrogante de ajenos a la institución, los que hace un tiempo se preguntaron: ¿Por qué con tan poco hicieron tanto?



 
 
 

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