“Fuerzas aéreas amigas, una unión que nunca debe desaparecer”
- Luis Alberto Briatore

- 13 feb 2021
- 11 Min. de lectura
Muchos pilotos de nuestra institución año a año tienen la posibilidad de volar como tripulación operativa o cumpliendo funciones de instructor de vuelo en fuerzas aéreas amigas. Aunque a simple vista pareciera solo un intercambio, el beneficio institucional es enorme. A su regreso aportan conceptos innovadores y útiles, que posibilitan el necesario progreso y mejora continua institucional.
Nos referimos a comisiones del servicio fuera de nuestras fronteras, las que por añadidura conllevan una responsabilidad adicional, cuidar el material aéreo, el que no es propio, y que es facilitado en muestra de un gran gesto. También, la importante tarea de representar a la República Argentina, ya que por el lapso de permanencia, lucimos los colores celeste y blanco en cada acto.
En lo personal se trata de un premio a la trayectoria y al desempeño profesional. Es todo un honor representar profesional y familiarmente a nuestra patria.
Desde que pisamos suelo foráneo, el comportamiento, educación y profesionalismo, son juzgados ante una gran una vidriera.
Sin ser designados por cancillería a tal efecto, nuestro rol podríamos decir que es el de un embajador del cielo de nuestro querido país.
En mi caso, tuve la fortuna de cumplir destino fuera de nuestros límites, en dos fuerzas aéreas extranjeras. La primera experiencia tuvo lugar en el Ejército del Aire Español y la segunda en la Fuerza Aérea de Bolivia, dos países e instituciones, con las que nos unen lazos históricos muy fuertes, donde prima la amistad y hermandad.
Incursión en el Ejercito del Aire Español
Comenzaba el verano del año 1992, y disfrutaba de unas merecidas vacaciones junto a la familia. Repentinamente sueña el teléfono y recibo una llamada de carácter inesperado. Debía regresar a mi destino, La VI Brigada Aérea, en la ciudad de Tandil, distante a unos 1300 km. La convocatoria estaba rodeada de un misterio poco habitual. Por fortuna sabía del increíble destino, pero no el carácter del apresurado viaje.
Ya de regreso, en compañía de otros tres oficiales, recibimos la grata noticia de una pronta partida, donde el destino no podía ser mejor: el Ala 111, ubicada en el Manises, Valencia. Cuna de la aviación de caza del Ejercito del Aire Español. Por aquellos días, dotada con los Mirage M-IIIEE, a los que llamaban plancheta, por la semejanza en forma, a esas viejas planchas que utilizaban nuestros abuelos, las que funcionaban gracias al calor de las brasas. Los aviones eran muy parecidos a los que operábamos en nuestro país, salvo una diferencia, el navegador doppler. La antena de dicho equipo era muy fácil de distinguir. El delta español presentaba debajo de la nariz un domo de color blanco, muy parecido a un huevo seccionado a la mitad, el que podía distinguir a simple vista.
El objetivo, recién revelado a nuestra llegada a tierras serranas, era evaluar las condiciones del material aéreo por una posible compra.
Sin poder todavía, poner los pies sobre la tierra, la alegría era por partida doble, debutaba visitando el viejo mundo, y además, sería la primera oportunidad que volaría junto a pilotos de otro país, experiencia más que interesante.
El recibimiento fue fantástico. Desde el momento que pisamos suelo español, hasta la partida, la prioridad de los anfitriones fue poner todo lo que tenían a nuestra disposición.
La actuación de la Fuerza Aérea Argentina durante la guerra por nuestras Islas Malvinas, les inspiraba un respeto por los combatientes argentinos. Sentíamos una sensación más que confortable al bridarnos un trato amable y preferencial.
Cada integrante del Ejército del Aire Español tenía muy presente la destacada participación de la Fuerza Aérea Argentina en la Guerra de Malvinas, y por fortuna, entre los cuatro jóvenes pilotos argentinos, el más antiguo del pequeño grupo, era un destacado protagonista de aquella histórica contienda. Con unos jóvenes 23 años, había volado como un verdadero patriota en varias misiones sobre las gélidas aguas del Mar Argentino, quien a pedido de los dueños de casa, aportó testimonio en primera persona, relatando vivencias y pasajes impactantes de la heroica actuación de los Douglas A-4B, escuadrón al que había pertenecido durante el conflicto bélico. La sorpresa los invadió completamente, ante la repuesta de una lluvia de preguntas, percatándose de la enorme desventaja con que habían combatido nuestros pilotos, y el terrible daño provocado a la tercera flota del planeta
Adaptación a un medio ambiente distinto
Desde un comienzo, todo parecía ser un sueño. Operábamos en un país miembro de la OTAN, en el que nos daban máxima prioridad. Desde un primer momento fuimos adoptados como verdaderos hermanos de sangre. Situación difícil de creer. El entendimiento y afinidad, cimentaban la relación cotidiana. Nos dieron catedra de cómo ser los mejores anfitriones de universo.
Rompimos inercia al participar inicialmente de un curso de adaptación, espacio académico en el que se puso énfasis solo en las diferencias para operar en este nuevo hogar, principalmente detalles relacionados la pista de Manises y su entorno, además de particularidades operacionales no habituales y desconocidas, principalmente en lo que tenía relación al estatus OTAN - North Atlantic Treaty Organization, adoptado por el Ejército del Aire Español como miembro activo.
El primer vuelo en biplaza no se hizo esperar. Instructores muy majos y con muchas horas en sus espaldas, fueron los tutores en este rápido inicio en la actividad aérea.
Con un par de vuelo fue suficiente, para comprobar capacidad y dominio de la plancheta. Al segundo día, con indicativo de vuelo “Dólar”, el asignado a la Ala 111, desplegábamos las alas en el cielo español, debutando en tierras Valencianas.
Recordando aquel vuelo inaugural, además del nerviosismo típico, fruto de operar en un medio ambiente distinto, lo que más me llamó la atención fue la gran cantidad de poblados que sobrevolaba en poco tiempo, a diferencia de nuestro país, donde los núcleos urbanos guardan una mayor separación uno de otro. Por la densidad poblacional, el primer cambio que experimentamos para navegar, fue la utilización de la carta en escala 1 en 250.000. La ventaja, era que podíamos observar poblados, ríos, lagos, rutas y vías férreas con mayor lujo de detalles, y la desventaja, mayor cantidad de papel para localizar referencias en una pequeña cabina. La carta en colores, la plegábamos como un acordeón, buscando achicar espacio para no tapar todo el panel de instrumentos al abrirla intentando ubicarnos en terreno.
Familiarización a la nueva vida
Nuestra morada estaba ubicada en la misma base, situación estratégicamente favorable, ya que nos daba un plus en horas de sueño. El lecho de reposo nocturno, se encontraba en proximidad a la pista de vuelo.
Desde tempranito, nos incorporábamos a la actividad normal como un piloto español más del Ala 111.
Parecía que nos conociéramos desde hace años. Al poco tiempo y luego de volar los primeros temas, tuvimos la emocionante oportunidad de combatir con aeronaves de distinta y superior performance, nos enfrentamos al F-18 Hornet, también con el Mirage F-1 y el temido matador del Atlántico Sur, el Harrier AV8-A, exactamente el mismo que había combatido hacia justo una década en las Islas Malvinas.
La excitación que nos invadía era una constante, contrastando con el puro disfrute. Se cristalizaban sueños de unos cazadores provenientes del fin del mundo, los que nunca habían imaginado ser protagonistas de semejante experiencia.
Un detalle operativo atípico, y mejoraba sustancial en las aproximaciones al aterrizaje, fue disponer como ayuda del guiado de un radar GCA – Ground Control Approach. Sensor a cargo de expertos operadores que nos depositaban magistralmente en la pista con una precisión milimétrica. Esta era una herramienta más que necesaria para aterriza prácticamente a ciegas, fruto de la constante mala visibilidad reinante por esos meses en tierras valencianas.
Cada mañana representaba un desafío distinto, combatíamos aire-aire contra diferentes aviones, también conocimos toda España, navegándola a lo largo y a lo ancho.
El bagaje de experiencia profesional, supero todas las expectativas imaginables, y como frutilla del postre, pudimos integrarnos a sus cálidas y acogedoras familias, disparador de fuertes lazos de afecto que hasta hoy perduran.
Las invitaciones a sus hogares se sucedían una tras otra, donde la deliciosa cocina española decía presente. Compartíamos sabrosos platos, acompañados de relatos con divertidas chanzas, tanto españolas como argentinas.
En poco tiempo, el enamoramiento fue total, tanto de su gente, como del profesional Ejército del Aire Español.
Llegó el momento de una despedida difícil de digerir, fruto del enorme afecto acumulado. Un adiós emotivo, la principal causa, no nos queríamos ir por nada del mundo.
Fueron meses en los que logramos consolidar un lazo muy fuerte y profundo con todos los pilotos españoles. Detalle que rindió excelentes frutos institucionales en poco tiempo, ya que nuestro desempeño y comportamiento tuvo mucho que ver en la elección de aviadores argentinos para cubrir vacantes como instructores de vuelo en distintas unidades de combate del Ejército del Aire Español. En meses, un numeroso grupo de cazadores gauchos llegaban como instructores de vuelo por espacio de dos años, comisiones permanentes que hasta hoy siguen en vigencia.
Hecho que nos llenó de orgullo, al ser considerado el nivel de profesionalismo de los pilotos gauchos, por una Fuerza Aérea de primer nivel e integrante de la poderosa OTAN.
Una nueva oportunidad de representar a mi país
Luego de casi una década, surge la segunda posibilidad de interactuar profesionalmente nuevamente en el extranjero, algo fascinante en lo personal y enriquecedor en lo familiar.
Con una mayor madurez, en el grado de mayor antiguo, ni bien comenzó el año 2000, aterrizábamos en tierras foráneas, esta vez por fortuna, junto a toda la familia.
El lugar no podía ser mejor, el Grupo Aéreo de Caza 32 de la Fuerza Aérea Boliviana, ubicado en la hermosa ciudad de Santa Cruz de la Sierra, antiguo hogar de los Sabre F-86 F, épocas donde contaron con la colaboración de un piloto argentino por espacio de muchos años.
La función asignada, sería la de instructor de vuelo y asesor académico en el prestigioso Colegio Militar de Aviación.
Esta vez sumaba otro clásico en la lista de aviones volados, un verdadero clásico de la aviación mundial, el noble entrenador T-33 Silver Star, utilizado en la formación de pilotos por muchas fuerzas aéreas del planeta.
Luego de muchos años de servicio en la FAB, estos aviones comenzaban una nueva etapa.
Totalmente remozados, equipados con aviónica de última generación, adquirida e instalada en Canadá, volvían a su hogar luego de una prolongada ausencia.
Operativamente hablando, tuve por aquellos días dos gratas sorpresas, la primera, fue la posibilidad de gerenciar una cabina glass cockpit, equipada con aviónica de última generación, y la segunda, depositar en mi toda la confianza, al designarme como instructor de la nueva aviónica.
Estar destinado en Bolivia representando a nuestro país y como Instructor, se presentaba como un gran desafío. El principal objetivo era colaborar y aportar toda mi experiencia profesional a los cazadores bolivianos, ¡Y así fue!
Al hablar el mismo idioma todo era más fácil, solo había que adaptarse a los usos y costumbres, algo muy interesante y altamente enriquecedor por cierto.
No hizo falta adaptación
Desde el primer día los oficiales bolivianos estuvieron pendientes de nuestras necesidades como familia, demostrando ser verdaderos hermanos de sangre. En lo profesional tuve un inmenso apoyo, pude aportar la experiencia que había ganado como piloto de combate. La primera actitud de los camaradas bolivianos, fue darme un espacio y apoyo para participar activamente en la formación de seis noveles pilotos.
Rápidamente llegó la habilitación al nuevo material aéreo y en breve formé parte del plantel de instructores, los que gentilmente facilitaron el aprendizaje, comunicándome los secretos necesarios para dominar al estable y rendidor Silver Star en el menor tiempo posible.
Por aquellos días la FAB no disponía de una Escuela de Caza, ausencia que permitió elucubrar y proponer una interesante iniciativa.
Tomando como modelo nuestra Escuela de Caza, tuve el atrevimiento de presentar una propuesta superadora dándole un valor agregado a la aviación de caza boliviana, buscando crear lo que hasta ese momento no existía.
En poco tiempo y mediante un trabajo en conjunto, bosquejamos un proyecto, el que fue presentado ante las máximas autoridades institucionales. El objetivo era noble y difícil de rechazar ya que cubríamos una necesidad. Se trataba de un enfoque superador, buscando optimizar y mejorar de aquí en más, la formación de los jóvenes pilotos de combate bolivianos.
Luego de un pormenorizado análisis por parte de todo el staff del Grupo Aéreo de Caza 32, la idea fue aceptada por unanimidad, para luego ser expuesta y elevada al más alto nivel de la FAB.
En poco tiempo una comisión analizaría distintos cursos de acción, buscando la mejor opción para crear la Escuela de Caza en esta mítica unidad de combate.
Con mucha fortuna, formaría parte de un hecho con trascendencia histórica institucional. En compañía de un grupo de excelentes profesionales nos lanzamos hacia un importante desafío.
Elaboramos un proyecto, con el honor de marcar una huella que influiría en forma directa a las futuras generaciones de cazadores bolivianos.
Como era de esperar, este esfuerzo en equipo tuvo rápidamente sus frutos, ya que al año siguiente fue creado oficialmente el “Curso de Estandarización para Aviones de Combate – CEPAC”.
Un equipo de lujo
Codo a codo junto a excelentes instructores de vuelo, y como educandos, un nutrido grupo de entusiastas y selectos jóvenes cursantes, comenzó el primer curso de la Escuela de Caza.
Interactuar y contribuir en la formación de los noveles pilotos de combate fue lo más enriquecedor, ya que la relación fue más allá, además de camaradas cazadores, también se creó un vínculo de amistad.
Uno de mis mejores recuerdos del paso por el Grupo Aéreo 32 de Caza, fueron las relaciones interpersonales, convivencia muy fructífera, que hizo amena esta prolongada estadía, al formar parte del tejido mismo de la hermana Fuerza Aérea Boliviana.
La inserción social, no tardó en llegar. Desde el comienzo nos sentimos como en casa. Sembramos vínculos, los que florecieron rápidamente en forma de amistad.
Los niños en la escuela, también lograron una inmediata integración, adaptándose a las costumbres del lugar sin ningún inconveniente. El cambio no fue para nada traumático, por lo contrario, se trató de una experiencia que nos marcó a toda la familia y de la que solo guardamos gratos recuerdos.
La importancia de un intercambio
Muchas comisiones en la que el personal de la Fuerza Aérea Argentina cumple diferentes funciones fuera de nuestra frontera, permiten fortalecer los lazos de unión entre fuerzas aéreas amigas. Se presenta una oportunidad para aprender mucho, y también, compartir y mostrar nuestra formación y progresos. Intercambio donde todos ganan y sacan un importante rédito institucional.
Es una relevante costumbre que muchos pilotos y personal técnico extranjero, forme parte de manera transitoria de la Fuerza Aérea Argentina y viceversa. Históricamente Uruguay, Paraguay, Guatemala, Panamá, Brasil, Chile, Costa Rica, España, Italia, Alemania, EEUU, Perú, Venezuela, Colombia, Israel, Francia, Corea del Sur, son algunos de los países que han hecho grandes aportes profesionales, asimilados y empleados por nuestro personal. Diferentes aportes que permitieron mejoras y actualizaciones sustanciales en tácticas y procedimientos de gran utilidad en la defensa del aeroespacio nacional.
Estos intercambios tienen un importante objetivo, incrementar la experiencia e incorporar conocimientos, que en muchos casos, optimiza la manera de operar los medios disponibles.
La acumulación de diferentes vivencias compartidas con otras fuerzas aéreas amigas, nos prepara adecuadamente para enfrentar nuevos desafíos, como así también, ayuda a buscar diferentes soluciones en multiplicidad problemas que se presentan de manera inesperada. Definitivamente, aportan el disponer de una mente abierta para resolver y superar lo inimaginable, como sucedió hace casi cuarenta años en las gélidas aguas del Atlántico Sur al enfrentar un enemigo netamente superior, tecnológicamente hablando.
La realidad
Existen fuerzas aéreas con mayor cantidad de recursos y con tecnología de última generación, las que son muy poderosas a nivel mundial, y otras, como la argentina, con un poder más limitado. Pero a todas nos une un factor común, la responsabilidad primaria e indelegable de custodiar el cielo soberano de la Patria, tarea que cumplimos con los medios humanos y tecnológicos disponibles, sin posibilidad de apelar a la nostalgia de otros tiempos de una mayor bonanza.
En el mundo aeronáutico, si hay algo que nos distingue, es la colaboración y amistad entre los que tenemos como habitad natural el cielo. Se trata de un mundo diferente, donde por lo general nadie es subestimado, por el contrario, es considerado.
Operamos compartiendo los mismos códigos y sentimientos. Se trata de una familia en la que todos se conocen, donde reina un espíritu solidario.
El vínculo que nos une, nació [L1] en un pasado aeronáutico de raíces comunes, en el que los precursores interactuaban con pares extranjeros sin la existencia de fronteras.
Este es un ámbito donde “el hoy por ti mañana por mí”, es empleado en su máxima expresión, fruto de una relación duradera que se prolonga en el tiempo y en la que cambian solo los actores. Nos invade un espíritu que se presenta inalterable, aun con el paso de los años.
En momentos difíciles, como los actuales, el intercambio se presenta como una manera de mantenernos actualizados a un bajo costo. Tenemos la obligación indelegable de preservar las fortalezas ganadas con mucho esfuerzo y sangre derramada.
La garra es parte de nuestro ADN. Un gran corazón y creatividad hacen posible que no se pierda la esperanza de la tan ansiada mejora.
Los aeronáuticos trabajamos con tesón, buscando la obtención de los mejores medios para defender los valores patrios de la mejor manera desde el aire, imitando a nuestros héroes, y este es uno de los tantos caminos que conducen a esos importantes objetivos.
Esta es una de las tantas facetas en la vida profesional de los integrantes de la gloriosa y amada Fuerza Aérea Argentina, en este caso, operando fuera del país. Oportunidad propicia para recordar y agradecer a los muchos amigos pertenecientes a otras fuerzas aéreas amigas, los que han contribuido de alguna manera a que seamos mejores.






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