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JUNTO AL ORGULLO NACIONAL

  • Foto del escritor: Luis Alberto Briatore
    Luis Alberto Briatore
  • 28 nov 2020
  • 18 Min. de lectura


Lo repito una y otra vez ¡Soy un verdadero afortunado!

En mi vida siempre fui de menos a más, tanto en lo profesional como en lo personal. El esfuerzo jugó su parte en los diferentes  logros que se fueron concretando, pero también debo reconocer, que acompañó una buena cuota de suerte, la que siempre es importante al momento de cumplir nuestros anhelos.

Ingrese a la institución con muchas limitaciones, de las que era totalmente  consiente. No era un estudiante aplicado con una formación de alto nivel, por lo contrario, sabía que este era uno de mis puntos flacos.

Venía de una vida donde nada fue sencillo de alcanzar, circunstancias en la que aprendí a valorar hasta lo más insignificante.  

Al ingresar a la Escuela de Aviación, ante semejante exigencia y la enorme cantidad de postulantes, realmente no podía creer haberlo logrado.

Una vez adentro, estaba convencido de pelear la permanencia a morir. Me encontraba frente a la única posibilidad de llegar al cielo a los comandos del más pesado que el aire.

Si no mejoraba en muchos aspectos formativos e intelectuales, la estadía sería totalmente acotada y tanto esfuerzo, caería en saco roto.

En la vida siempre es importante tener un plan, con una mesurada  ambición, buscando no caer en la desilusión en caso de que no se cumpla lo que tanto queremos.

Alcanzado el estado militar, me propuse atacar mis puntos débiles, buscando la manera de mejorarlos. Sabía lo importante de llevar adelante una preparación anticipada para lograr avanzar al próximo paso.

No soy una persona que le salen las cosas con rapidez. Como lo dije en varias oportunidades, la perseverancia fue el as de espadas para derribar barreras que creía insuperables y darme cuenta de mitos que no eran tal. 

A lo largo de una interesante carrera, alcancé a volar lo que nunca hubiese imaginado. Nada fue fácil, pero una vez que lo lograba, valorar lo obtenido era algo reconfortante, cambiaba dedicación y esfuerzo por felicidad.

Con una actitud metal mesuradamente optimista, era habitual pensar que era difícil llegar a lograr objetivos importantes.

De cara al desafío, el reloj del sacrificio comenzaba a correr, dedicando mucho tiempo a cada pequeño logro, obteniendo a cambio un impulso mayor para seguir superándome. Autogeneraba un empuje anímico que facilitaba la concreción del siguiente peldaño, sinergia que permitió alcanzar lo inesperado.

Modalidad de trabajo que fue efectiva, la que posibilitó ocupar todos los cargos operativos que un piloto de combate puede aspirar, ¡Pero faltaba uno! Justamente uno importante, el que ponía a prueba las dotes como conductor. El último deseo operativo apuntaba a ocupar un importante lugar en la cadena de mando dentro de una unidad de combate, el de Jefe de Grupo Aéreo. 

Cuando luchamos por nuestros deseos, algunos se hacen realidad

La vida aeronáutica le estaba poniendo suspenso a poder alcanzar este ansiado cargo.

La institución guardada una grata sorpresa que llegó en tiempo de descuento. Ocuparía el último cargo operativo cerca de lo que más quise, quiero y querré, los aviones de combate.

Finalizando el año 2011 se definían distintas designaciones en las unidades de combate, aspiraba ser destinado a la VI Brigada, hogar de mis amados Mirage y donde había transcurrido la mayor parte de una vida operativa, ¡Pero no pudo ser! 

Las posibilidades se habían agotado, y deseaba con el alma volver al ruedo con un cargo operativo, pero chocaba con una realidad, éramos muchos postulantes para repartir pocas vacantes. 

La vida muchas veces nos hace esperar un poco más, cuando creemos que todo está perdido, de repente, surge lo que tanto anhelamos.

Finalizando el año sería destinado como Jefe de Grupo Aéreo de un avión que nunca había volado, un verdadero orgullo nacional, el IA-58 Pucará.

Destino que no estaba en mis planes ni en los de nadie, y como sucede con lo inesperado, esta sería una de las experiencias más gratificantes en toda mi carrera.

Se trataba de un verdadero desafío, principalmente por no pertenecer al palo de los forjados “pucareros”.

En los hombros lucía unas capotas en la jerarquía de Comodoro, con bastantes años en el grado y con la suficiente experiencia para hacer las cosas bien.

Era un verdadero honor ocupar ese deseado cargo en una unidad llena de gloria, honor y por donde transitaron muchos héroes que comandaron en la Guerra por nuestras Islas Malvinas este noble avión, símbolo de la industria aeronáutica nacional.

Un detalle que saltaba a la vista y que pasó a ser anecdótico, estaba relacionado a la experiencia previa como piloto de combate en el avión de dotación, ya que nunca lo había volado el IA-58 Pucará.

Desconocía por completo los pormenores en cuanto al funcionamiento e idiosincrasia de la litoraleña III Brigada Aérea, algo que realmente no fue un obstáculo para disfrutar un inolvidable año, donde la principal causa de una placentera estadía, fue su gente.

En la vida militar cuando el Jefe designado para un cargo de esta envergadura, no era conocido, y para peor, miragero, la incertidumbre de los dueños de casa se tornaba importante, hasta creo que llegó a ser preocupante.

Prácticamente nadie me conocía, ni yo los conocía a ellos, situación muy atípica en relación a los usos y costumbres de la Fuerza Aérea Argentina. Generalmente esos cargos son ocupados por pilotos que volaron el sistema de armas de la unidad, y definitivamente no cumplía con ese requisito.

La bienvenida a una operación muy atractiva

Siguiendo con la formalidad de rigor, apenas llegué, se celebró la típica formación de asunción. Desde el primer día no permanecí mucho tiempo en mi despacho, dedicando la jornada a conocer el personal a mi mando. Dos Escuadrones compuestos en su mayoría por pilotos jóvenes, además de un grupo de suboficiales y personal civil que cumplía funciones en la administración y mantenimiento del Grupo 3 de Ataque, los que con el tiempo me demostraron ser un equipo  de lujo. 

A los pocos días visité cada rincón de la brigada, logrando el primer contacto con el personal que se desempeñaba en distintas áreas, conociendo cada espacio, intuyendo de inmediato el espíritu y la operatividad de esta importante unidad. 

Por aquellos días el Grupo 3 de Ataque cumplía con varias tareas, la principal el adiestramiento de pilotos operativos y la formación de alumnos, los que en el menor tiempo posible deberían lograr estar aptos para el combate. Se trataba de volcar sangre nueva y necesaria que dominara a un verdadero veterano de la guerra rodeado de laureles, el glorioso IA-58 Pucará.

Por la cercanía a la frontera norte, región muy comprometida por el tráfico aéreo irregular, principalmente vuelos de narcotráfico, gran parte del esfuerzo operativo descansaba en este cumplidor sistema de armas.

En este tipo de misión, el Pucará se movía a sus anchas. Se trataba de un avión ideal para la interceptación de aviones con baja performance, como los utilizados por los traficantes de la muerte. Volar a velocidades bajas y medias, sumado a una gran autonomía, lo transformaba en una sombra imposible de evadir para un flagelo que lástima profundamente a nuestra sociedad.

Los despliegues eran permanentes, principalmente a bases ubicadas en distintos puntos del Norte Argentino, apoyados siempre por un radar de vigilancia. 

Para los que nos gusta operar fuera de la Unidad, vivíamos todo un sueño. Estar acompañados de un avión de combate todo terreno, junto a unos aguerridos mecánicos, rodeados de un atractivo circo operativo que permitía operar en campaña, realmente era reconfortante. Y como si esto fuera poco, contribuíamos con una misión muy loable, como lo es proteger a nuestros ciudadanos y a las futuras generaciones de la dañina droga.

La conjunción avión-personal-medio ambiente marcaba la diferencia

Lo que más me llamó la atención del admirable IA-58 Pucará, guardaba una estrecha relación con el tipo de operación, algo nuevo en mi vida como piloto de combate.

Versatilidad, autonomía y fortaleza estructural, eran atributos que lo hacían un distinto en el concierto de aviones pertenecientes a su categoría. Este viejo guerrero made in Argentina, cumplía tareas que eran imposibles de desarrollar por cualquier otro tipo de avión. Prácticamente no tenía limitaciones en la operación todo de terreno. Era un 4x4 con alas, capacitado para portar una variedad importante de armamento y llegar a cualquier punto del país.

Cumplía una fórmula que resultaba perfecta a la hora de operar en pistas no preparadas con escaso apoyo logístico: robustez de diseño, versatilidad operativa, unido a algo primordial, un equipo que lo mantenía en servicio con un amor y dedicación pocas veces visto.

Su Guardia Pretoriana, lo conocían a la perfección. Suboficiales antiguos, que en 1982 habían desplegado con el IA-58 a las Islas Malvinas. Los mismos que junto a pilotos, doblegaron a la difícil turba fangosa de las Islas Malvinas, donde ningún avión del planeta podía operar.

Cuando las bombas y cañonazos picaban a sus pies sufriendo bajas, estos valientes  permanecieron estoicos al lado del Pucará. Forjados hombres de bien a los que la nación debería honrarlos por siempre.

Grupo  3 de Ataque 

Contaba con un equipo poco numeroso pero muy eficiente. Un puñado de oficiales muy dedicados, en su mayoría jóvenes con una marcada madurez, preparados para todo. Desde un comienzo sentí que estaba acompañado por enormes profesionales.

La mano derecha en el G3A, era un Suboficial Mayor Encargado de Grupo, el que desde un comienzo supo impactarme con un manejo que pocas veces había visto. Trabajaba con mucha eficiencia y ponía de manifiesto un gran amor por el Grupo Aéreo. Junto a él, un reducido grupo de suboficiales y personal civil, que hacían del Grupo 3 de Ataque un lugar muy operativo, prolijo y confortable.  

Cada mañana, al ingresar por ese largo hall, sentía que transitaba por el lugar que tanto había deseado estar.

Las instalaciones que lucían impecables, se encontraban rodeadas de una frondosa y variada vegetación subtropical, compuesta por distintas especies, las que nunca había tenido la oportunidad de conocer.

El clima húmedo, caluroso y con abundancia de lluvias, creaba una atmósfera diferente a la que estaba habituado como porteño. La existencia de gran variedad de insectos, favorecidos por un clima que aceleraba su procreación, le daba un toque que rosaba con lo salvaje. Extensas telas de araña entre árboles gigantes, víboras  venenosas de gran tamaño que habitualmente cruzaban por el tibio asfalto, aves de todo tipo y hasta una educada iguana que se asomaba por debajo de una piedra a saludar todas las mañanas la llegada del Jefe Grupo Aéreo, creaban un entrono único.

Las noches se vestían de gala. La iluminación estaba a cargo de  miles de  luciérnagas. El sonido que se escuchaba con fuerza, era el de numerosas orquestas sinfónicas, la que emitían variados y fuertes sonidos, compuestas por millones de insectos y varios batracios, los que hacían posible que la mente viajara con la imaginación rumbo hacia algún lugar selvático de la indomable Amazona o del África salvaje.

Un perfecto combo que transformaba a ciudades que no conocía, en lugares entretenidos y que llamaban la atención a un habitué de vida en un acotado departamento, rodeado de cemento de una gran city.

Otro de los cambios agradables, guardaba relación con el atuendo operativo. En el cuello lucía un vistoso pañuelo azul lleno de pequeños Pucaras con el escudo del sistema de armas, y en  el buzo de vuelo, un par de escudos que llamaban la atención por una acertada combinación de colores y atractiva heráldica.

Si bien existían muchas diferencias con respecto a la vida que estaba habituado, confieso que me atraen los cambios, pero en este caso la adaptación fue más que sencilla, ayudando la calidez del personal en su conjunto, los que permitieron que descubriera los distintos tesoros de esta gloriosa unidad tan operativa y llena de historia guerrera.

Trabajaba en el Grupo Aéreo totalmente a gusto, con comodidad y en un lugar impecable, donde no faltaba absolutamente nada, aun sufriendo el castigo de la permanente reducción de presupuesto, de alguna manera conseguíamos lo que necesitabamos. La prioridad era cumplir con nuestra misión, y lo estábamos logrando con mucho esfuerzo y creatividad.

Grupo Técnico 3

El mantenimiento del IA-58 estaba en manos de expertos que luego de tantos años de servicio conocían de memoria al Pucará. Disponían de una modalidad de trabajo muy efectiva, la que permitía contar de manera permanente la máxima cantidad de aviones posible, dándole factibilidad a los múltiples compromisos operativos. Si faltaban máquinas para el día siguiente, de inmediato incorporaban un turno de trabajo por la noche, despertándonos con una primera línea lista para enfrentar un duro día de actividad operativa.

A los encargados de los distintos servicios les sobraba experiencia y destilaban prestigio por sus poros. La mayoría eran patriotas que habían servido a la Patria durante la guerra. El sistema de armas Pucará, fue el único que permaneció operando en las islas, detalle no menor por el enorme riesgo, sin refugios antibombas, sufriendo a cuerpo gentil la rigurosidad del clima, en un terreno imposible de operar. Ellos eran los encargados de transmitir a sus pares un espíritu del que quedé sorprendido desde comencé a caminar los hangares del GT3.  Lo que era un presentimiento se confirmó cuando tuve la oportunidad de desplegar a distintos lugares el Norte argentino. Una vez en el campo, como jefe de distintos escuadrones aeromóviles tuve la fortuna de poderlos disfrutar bajo mi mando directo.

Estaba frente a la principal causa que daba factibilidad a poder disponer de material aéreo con más de 50 años en servicio, manteniéndolos con capacidad operativa, como pasa en otros tipos de aviones de dotación.  Con solo observar a nuestros increíbles mecánicos, la dedicación y con el amor que trabajaban, levantando novedades, cambiando componentes y abasteciendo nuestras máquinas, encontraba la respuesta al fenómeno Fuerza Aérea Argentina, institución a la que ya hace un tiempo bastante largo, le dan muy poco y hace muchísimo, un orgullo nacional que pocos conocen.

Grupo Base 3

El Grupo Base a cargo del funcionamiento de la Brigada, no desentonaba con el resto de los Grupos, quedando gratamente sorprendido por lo bien que operaban los diferentes servicios de la unidad.

Una de las mayores satisfacciones para un piloto de combate, es desplegar en un escuadrón aeromóvil a cualquier punto del país y disponer el apoyo en tiempo y forma. Por fortuna el IA-58 Pucará era el avión de la Fuerza que mejor se adaptaba a cualquier tipo de terreno, sin problemas para operar en pistas cortas y semi preparadas, donde mucho tenían que ver las mujeres y hombres del Grupo Base 3 que lo hacían posible, poniendo todo lo necesario para volar en el lugar menos pensado.  

La escasa servidumbre, sumado a la capacidad de despliegue rápido y el apoyo logístico por tierra, nos permitía estar de inmediato en cualquier punto del país en cuestión de horas. Operábamos a lo largo de toda la frontera norte, desde la Provincia del Chaco, Corrientes, Misiones Formosa, Santiago del Estero, Tucumán,  Salta y  Jujuy. La capacidad de despliegue rápido por tierra, mediante una columna de vehículos que transportaban todo el apoyo logístico, sumado a la garra del personal, unos incondicionales para este tipo de movimientos, los que habían nacido para este tipo de operación, nos permitían hacer sentir la soberanía en esta complicada frontera.

La gente

Como entiendo que debe ser, para lo último dejo lo mejor, “la gente”.

Los habitantes Reconquista y Avellaneda, ciudades gemelas, con raíces de una inmigración italiana, se mostraban increíblemente amables y educados, haciendo de la estadía una convivencia totalmente placentera. Absorbíamos a diario nuevos detalles de una idiosincrasia propia del lugar.

Lo increíble de estas dos ciudades, era que todos se conocían o eran parientes. Algo siempre presente, era la típica reunión de amigos en el café del centro de la ciudad o las peñas para juntarse a cenar, degustando diferentes exquisiteces, donde el plato destacado era el surubí en sus diferentes modalidades. Comidas en las que no podían faltar las anécdotas y chanzas de todo tipo.

Típico de lugares cálidos, en la noche todos disfrutan de salidas al aire libre. Las plazas, como parte del folklore del lugar,  tenían estacionados, uno o más carritos, parecidos pero no iguales, a los llamados hoy en día food truck. Cada uno se destacaba por algo en particular. Cada uno bautizado con un llamativo nombre, luciendo un decorado que lo distinguía. Se diferenciaban uno del otro por una especialidad en increíbles y sabrosos lomitos con papas fritas, donde el acompañamiento era una fija, una espumante cerveza bien helada.

Uno de los detalles más atractivos de nuestra carrera es el poder compartir y formar parte de sociedades con idiosincrasias totalmente distintas, aspecto enriquecedor desde el punto de vista familiar, donde tenemos el privilegio de introducirnos en el tejido social del lugar.

Primer despliegue operativo

Por fortuna, los movimientos para operar lejos de casa sucedían frecuentemente, cumpliendo una de la mejores tareas, hacer soberanía en una frontera altamente vulnerable y llena de intereses espurios a la Patria. Por esos días el Pucará era el caballito de batalla de la Fuerza Aérea. Hacía presencia donde fuese necesario.

La satisfacción invadía el alma, cumplíamos tareas reales y no simuladas al servicio de la sociedad.

Sentía una intensa alegría al comandar un tipo de operación diferente a la que formé parte durante  tantos años con el Mirage.

En este hermoso año aprendí a conocer y valorar las bondades de un avión creado por y para argentinos. Con una capacidad que nos era útil en oportunidad contra nuestra peor amenaza, “el narcotráfico”.

Desplegamos en tantas oportunidades que el entendimiento entre cada integrante del escuadrón aeromóvil era total.

El día no lo podíamos comenzar de mejor manera, con una sentida y emotiva arenga, la que concluía con ese grito que nos hace hervir la sangre, frases que encierran un gran vigor, las que se concatenan en un perfecto ida y vuelta: “SURBODINACION Y VALOR”. Los tímpanos entraban en resonancia al escuchar esa hermosa y reconfortante respuesta, entonada al unísono y con un grito que estremecía la totalidad del cuerpo: “PARA DEFENDER A LA PATRIA”.

Desde ese alarido ensordecedor, sacábamos pecho como valientes soldados alados, comenzando la operación del día, con un espíritu y energía digno de admirar.

Los pilotos pucareros, bien predispuestos y perfectamente entrenados en este tipo de operación, cumplían su trabajo de mil maravillas. Teníamos los medios, el personal con una excelente actitud y con la moral por el cielo. Reinaba un ambiente de trabajo extremadamente agradable. Estaba disfrutando mucho más de lo previsto la jefatura del glorioso Grupo 3 de Ataque.

Un momento de reflexión

El mantenimiento de las máquinas seguía adelante en medio de un calor agobiante, la planificación del vuelo se llevaba a cabo en módulos especialmente  preparados para tal fin, las tareas relacionadas con el apoyo logístico se cumplían de acuerdo a lo programado, infinidad de labores concurrentes al vuelo, marchaban a la perfección.

Trabajábamos a diario en un reducido espacio, donde se observaba en una simple mirada el cuadro de la situación

A la hora de comer, en dos turnos, compartíamos la mesa oficiales, mecánicos y soldados en una larga mesa, momento para enterarse de como la estaban pasando y saber sobre distintos inconvenientes que siempre surgen, para luego poder solucionarlos. Era la típica imagen de una operación en campaña, algo que pocas veces había podido vivir de esta manera.

Al atardecer cuando el ritmo de la vorágine laboral disminuía, en soledad, parado en la plataforma frente a los bellos Pucará, observaba el sol esconderse por el Oeste mientras meditaba.

¡Pensaba! Seguramente muy pocos en todo el país sabían de nuestra labor diaria, la que llevábamos adelante con eficacia y a consciencia. Habíamos montado una Base en menos de una semana, en un campito donde no había nada. Todo hecho a pulmón, con un calor que desgastaba y alejados de cualquier tipo de comodidad.

La poca difusión de un rubro que no vende, como lo es la defensa de nuestro cielo, la ejercíamos en el más solitario anonimato. Operamos tratando de neutralizar uno de los efectos más devastadores contra los argentinos ¡Qué bueno sería disponer de solo un poco más de apoyo! Estábamos luchando contra un enemigo que existe y hace mucho daño.

Seguramente, la gran mayoría de los hombres y mujeres de a pie, desconocen que función cumplimos como parte de las Fuerza Armadas de la Nación. Si tan solo vieran con el amor y sacrificio que trabajan todos estos argentinos que me acompañaban, hubieran sentido un gran orgullo de ellos, unos enormes profesionales del aire.

Por la cabeza circulaban muchos pensamientos. Escuchaba la vos de aquellos que cuestionan para que servimos, desconociendo la realidad, lo que pasa en nuestras fronteras a diario, en muchos casos, sin poder hacer nada, ante una impotencia que nos llena de tristeza. 

Tenía 54 años, muchos de servicio defendiendo la celeste y blanca. Recordaba cuando de alférez en primer año vi morir a tantos mártires dando su vida por nosotros y por la Patria. Trazaba una línea de lo que había pasado a lo largo de toda mi carrera, y me hacía demasiadas preguntas, muchas sin encontrar una respuesta razonable ante tanto esfuerzo. Desde mi egreso, la caída nunca se había detenido, la causa reincidía año a año,  la falta de recursos.

Luego de unos días bien operativos, en un momento donde ya se extrañaba a la familia, replegábamos a Reconquista. Nos reemplazaba la muchachada de la IV Brigada Aérea. Llegaba otro orgullo de la industria nacional, los IA-63 Pampa. Volvíamos con el deber cumplido y a reencontrarnos luego de un tiempo de ausencia, con los nuestros.

Vuelta a la vida de unidad

En los primeros meses, como sucede en la mayoría de las unidades de combate. Una importante parte del esfuerzo es dedicado a los alumnos. Comenzaron las clases, al poco tiempo exámenes y por último, lo más esperado para los novatos pucareros, los vuelos doble comando.

Con una regular continuidad  y esmero por parte de los educandos, en un par de meses festejamos el Vuelo Solo de Pucará, un hito más que importante y trascendente para estos jóvenes pilotos de combate. 

Formar nuevos profesionales, asegura la continuidad del sistema de armas. Agregábamos la necesaria sangre nueva. Al término de un año, estos jóvenes pucareros se integrarían junto al plantel operativo, formado por pilotos con muchas horas en sus buzos de vuelo, los que les volcarían toda la experiencia necesaria.

Un toque familiar

Como siempre, lo social es muy importante en la vida aeronáutica, donde las familias afianzan vínculos y muchos llegaban a cultivar una amistad duradera. Cada grupo humano se diferencia de los otros. En este caso los oficiales mantenían una tradición de muchos años, formaban parte de una banda rockera, denominada con un nombre que asustaba, “La Roña Pucarera”. En los camarines cambiaban el buzo de vuelo por ropa de músicos. El pelo sufría una metamorfosis, lucían cabellos largos y lacios de estridentes colores. Serie de preparativos destinado a un público muy particular, sus hermosas familias.

Las plateas estaban colmadas, por las esposas junto a sus pequeños hijos. Cuando se largaba la música, con gran entusiasmo, todos cantaban a coro. Bailaban, juntos padres e hijos, disfrutando de otro pedacito de tradición aeronáutica. Un típico momento en el que aflora el típico esparcimiento que nos caracteriza.

Sucesión de tareas operativas

A mitad de año llega la designación como Jefe del Componente Aeroespacial de un ejercicio conjunto, donde participarían muchas Unidades Operativas de las tres Fuerzas Armadas. Recibida esta buena noticia, a los pocos días ordenan armar una Base en el Aeropuerto de Santiago del Estero,  dando el punta pie inicial a la “Operación Escudo Norte”, ambos eventos dirigidos por la III Brigada Aérea.

Y en el evento de mayor envergadura, participaban todas las unidades operativas de la FAA y en la provincia del norte operarían distintos escuadrones aeromóviles y un radar. Los medios normalmente empleados para la detección de tráficos aéreos irregulares.

Desde que estuve a cargo del Grupo 3 de Ataque, esta fue una constante,  solicitudes operativas llegaban una detrás de otra, y los Pucará respondían a cada una de ellas, siempre se encontraba un escuadrón al pie del cañón.

Sin excusas, el IA-58 no faltaban a ninguna cita. Ante el llamado de una necesidad operativa,  acudía de inmediato a cumplir con lo que más les gustaba, desplegar a cualquier tipo de escenario, sin importan cuándo ni dónde.

Un avión diseñado para el despliegue rápido a diferentes puntos del país, con capacidad para operar en pistas cortas y no preparadas. Era necesario solo un escaso apoyo logístico, y lo mejor,  a un muy bajo costo. Características que transformaban a esta máquina para la guerra, en algo único dentro de la Fuerza Aérea Argentina. Bondades muchas veces no muy aprovechadas en tiempo de paz, en un país con extensas fronteras calientes, las que son zurcidas a diario por tráficos aéreos ilegales, los que fueron y serán una de las principales causales de un profundo daño a la sociedad.

Esta capacidad era alcanzada con una dupla ideal. Al IA-58 lo acompañaban  unos leones como mecánicos, que mantenían los aviones siempre en pie, listos para salir a cumplir una nueva misión, los que a pura garra evidenciaban un especial gusto y gran conocimiento en este particular tipo de operación.

Fue muy sencillo adaptarme a una nueva modalidad de trabajo, algo único e irresistible para el que le gusta operar con un avión de combate en situación de alerta permanente y con un reducido apoyo en tierra.

A lo largo de uno de los mejores años en mi carrera, atravesamos diferentes obstáculos y desafíos, superados gracias a un gran equipo de trabajo, que no había visto en acción a lo largo de toda una larga carrera operativa.  

Antes de salir hacia una interceptación, desde la cabina del Pucará, podíamos observar el perfecto funcionamiento de cada especialidad. Múltiples actores que se movían de un lado al otro, dándole vida al escuadrón aeromóvil. Mecánicos trabajando duro en tareas de mantenimiento en medio de un calor agobiante, agregando a la línea de vuelo un avión más. Pilotos planificando al detalle la próxima salida operativa. Los cocineros preparando la comida con un equipo de campaña. Los bomberos inmóviles como Granaderos prestos, atentos y vigilantes para actuar de inmediato, y todas las tareas que se puedan imaginar de apoyo al vuelo, las que podíamos observar en pleno desarrollo y alrededor de pocos metros a la redonda.

Cada hombre era una parte importante de una unida familia operativa, donde se conjugaban el respeto y el trabajar codo a codo. Formaban parte de un mecanismo de relojería que funcionaba a la perfección. Lo destaco porque  considero que es un verdadero orgullo nacional, capacidad que sería una pena perderla.    

Nuestra verdadera fortaleza

Tal vez muy pocos sepan cómo estos argentinos trabajan a diario. Son los artífices de obtener el máximo rendimiento en unas ya amortizadas máquinas.

Es reconfortante ver ante tremendo esfuerzo, lograr importantes éxitos con tan poco.

Escuchar a muchos ignorantes que cuestionan ¿Para que servimos?, desconociendo el peligro que palpamos a diario en la frontera Norte, siempre latente y en evolución, flagelo que compromete el futuro como nación. 

No deben quedar dudas, que estos profesionales de la III Brigada Aérea y de muchas Brigadas más, nacieron con vocación de defender a la Patria desde el aire, y que están perfectamente preparados para proteger el cielo soberano. Que aun en la adversidad, como lo cuenta una historia con huellas frescas, lo seguirán haciendo. Solo cumplen con aquel sagrado juramento hecho ni bien ingresamos a la gloriosa Fuerza Argentina, cuando a paso redoblado y mirando a la celeste y blanca, gritamos bien fuerte “SI JURO”.

Prueba cabal del cotidiano actuar, fue la guerra, donde estos hombres, al igual que ahora, sin el material adecuado, totalmente expuestos al ataque del enemigo, pero con mucho corazón, pusieron de rodillas al poderoso enemigo invasor.

Solo permanecí un año en la III Brigada Aérea, tiempo suficiente para darme cuenta que nuestro verdadero potencial está intacto, el que no se puede comprar, el mismo que en el Atlántico Sur marcó la diferencia. La garra, el corazón, la valentía  y la creatividad de nuestros hombres nos mantendrá en pie por siempre, tal cual lo dice la canción que nos encanta entonar, que marca con rima aeronáutica tanto la labor cotidiana, como todo aquello que somos capaces de dar. Es una verdadera arenga hecha letra musical, a medida de un noble estilo de vida de entrega a nuestro país, al que nos orgullece representar.

ALAS ARGENTINAS Con un toque de agudo clarín, Que en el cielo argentino se expande, De la cumbre más alta del Andes, Nos reclama atención San Martín, Y nos dice aviadores soldados, Herederos de mi tradición, Que ese cielo que libre os he dado, Sea ruta de paz y de amor. Las alas argentinas De la patria son Y llevan en sus planos Con gloria el pabellón Y cada vez más alto Forjaran su valor En los yunques, del viento Y en las fraguas del sol Mientras cruce este cielo un avión, Y un piloto argentino lo guíe, No habrá nadie en el mundo que arríe, Nuestro blanco y azul pabellón, Nuestra voz es la voz de la historia, Que responde a su gran capitán, Por la patria morir o a la gloria, Sus soldados alados se irán.

Mayor Armando Nalli



 
 
 

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