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LA OFICINA DEL PILOTO

  • Foto del escritor: Luis Alberto Briatore
    Luis Alberto Briatore
  • 19 feb 2022
  • 4 Min. de lectura


Allá por el origen del hombre, existió una verdadera fascinación, la de observar con detenimiento el vuelo majestuoso de las grandes aves, y con ello, nació una de sus principales obsesiones, la de poder llegar a imitarlas.

Comenzado con el mito de Ícaro hasta llegar a la invención del aeroplano, volar ha sido un desafío, que con el tiempo, una vez alcanzado el dominio del aire, se ha trasformado en pasión.

Desde niños muchos sueñan un futuro con alas, algo que aparece lejano y difícil de lograr, pero la perseverancia lo puede todo, y el deseo, un día se transforma en realidad.

Llego el día

Cuando por fin, los pies se separan de la tierra y comenzamos a explorar una enorme burbuja de aire sin límites, donde el cuerpo y la mente por completo se introducen dentro de la palabra vuelo, cumpliendo ese viejo anhelo, dándole un valor superlativo a un memorable día, esos pocos minutos, se trasforman en mágicos e inolvidables.

Llegó la gran oportunidad, donde la realidad cobra un giro inesperado. Nos pasa algo distinto a lo que muchos creen. No atamos nuestro cuerpo al avión, por el contrario, mediante unos cuantos correajes, amarramos ese enorme pájaro de metal a nuestra espalda, y a partir ese memorable encuentro, pasa a ser parte de la propia anatomía.

Los comandos de vuelo se transforman en una extensión de nuestro ser. El motor pasa a ser el corazón que late al ritmo de una noble pasión. El piloto se transforma en el alma que gobierna cada movimiento en el aire de una máquina briosa.

Con las manos acariciando los comandos, sentimos que el más pesado que el aire tiene vida, respira, por momentos le hablamos, y hasta reñimos, cuando algo no sale como lo deseamos.

Una vez en el aire, logramos descubrir un mundo apasionante y muy distinto al terrenal, el que por nada del mundo deseamos abandonar.

El mejor lugar del planeta

Una vez en entre nubes, nuestro habitáculo preferido, la cabina de vuelo o también llamado cockpit, pasará a ser nuestro lugar en el mundo. La más cómoda oficina, desde donde podremos desarrollar la actividad que tanto nos atrapa, volar.

Desde lo alto, la perspectiva de todo lo que nos rodea será distinta por varios motivos.

Sentimos una sensación de libertad

Una vez en el aire, abrazados a los comandos de vuelo, nos invade una sensación plena de libertad. Al igual que un pájaro que abandona su nido. Los problemas quedarán en la tierra desde el mismo momento que observamos relajados al mundo que nos rodea desde las alturas. Giramos hacia ambos lados la cabeza, y veremos que nuestras alas están bien abiertas, libres, y con el suficiente espacio para movernos en los tres ejes.

Logramos que vuele una máquina de gran tamaño

¡Lo más genial experimentado por un piloto, es simplemente poder volar! Lograr mantener en el aire, ya sea un globo, un planeador, un monomotor, un helicóptero, un avión de combate o un avión de línea, ¡es simplemente indescriptible!

La variedad

Uno de los aspectos que más nos llama la atención cuando adoptamos al vuelo como un modo de vida, es la diversidad inimaginable de oportunidades que brinda este hermoso y apasionante mundo, el que deslumbra a medida que lo vamos descubriendo.

En vuelo el sol siempre brilla

Montados sobre una mágica alfombra voladora, trepando lo suficiente, tendremos siempre la posibilidad de ver al sol brillar más de cerca y con mucha intensidad, que parados desde la tierra, privilegio al que acceden pocos.

Trabajo en equipo

Desde el ventanal semicircular que rodea nuestra oficina, vemos un espectáculo cambiante y a la vez fascinante. Ante nuestros ojos, desfilan infinidad de actores que trabajan en perfecta armonía y con extremo profesionalismo, cada uno sabe el importante rol que cumple y obran en consecuencia. Es un ambiente que funciona a pura camaradería y trabajo en equipo, actitud indispensable e íntimamente relacionada a un factor que sustenta esta compleja actividad, “la seguridad”.

Un vista privilegiada

Desde un elevado y cómodo pedestal, disfrutamos de paisajes a los que pocos seres mortales pueden llegar a ver. Ante nuestros ojos desfilan escenarios maravillosos, vistas y fenómenos que saboreamos con tal intensidad, los que llegan a trasformarse en una fuente inagotable de inspiración.

Nido de cóndores

Sujetado el cuerpo por diferentes arneses. Protegida la cabeza por un resistente y cómodo casco. Nariz y boca cubiertas por una máscara, de la que recibimos un frio oxígeno que reconforta. Los pies apoyados sobre los pedales, protegidos mediante unos borceguíes con punta de acero. Las manos completamente envueltas en unos cómodos guantes, adheridas a los comandos de vuelo y al acelerador. Pegado el casco a un techo trasparente, el que nos separa del mundo exterior donde el aire circula a gran velocidad. El torso rodeado por paredes de metal, las que a la vez nos cobijan y protegen. Un cuerpo depositado en un cómodo y sofisticado asiento, el que puede llegar a ser la salvación. Ese es nuestro lugar en el mundo. Reducido espacio que para un mortal a simple vista parecería imposible de disfrutar, resulta muy excitante ocuparlo cuando nos encontramos comandando un avión de combate

Sobran causas para justificar desde el momento que tocamos el cielo con las manos, que somos capaces de comprender en toda su dimensión una de las frases con más sentido escuchada alguna vez por un piloto, la que fuera pronunciada hace siglos por un sabio, llamado Leonardo da Vinci:

“Una vez hayas probado el vuelo, siempre caminarás por la Tierra con la vista mirando al cielo, porque ya has estado allí y allí deseas volver”

El aire definitivamente es nuestro elemento, es el lugar donde pertenecemos, allí logramos liberarnos de las esclavitudes que nos sujetan a la tierra, argumentos más que suficientes, para afirmar, “que la cabina de vuelo, es la mejor oficina para un piloto”.



 
 
 

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