LA PRIMERA LINEA DE VUELO
- Luis Alberto Briatore

- 22 may 2021
- 9 Min. de lectura
Hay un lugar donde los pilotos de combate nos sentimos muy a gusto, se trata de un espacio en el que se vive un ambiente netamente operativo, que nos identifica y reconforta. Es el sitio de encuentro que une a tres actores estelares del mundo Fuerza Aérea: aviones, mecánicos y pilotos. Allí recibimos aeronaves impecables y en condiciones de cumplir con la misión asignada.
Una oficina con un mobiliario austero, una gran plataforma de concreto surcada por líneas amarillas, la que nos es más que un rectángulo gigante que contiene a uno de los medios más valiosos en una institución aeronáutica, sus preciados aviones, son los componentes básicos de un ambiente distinto.
Estáticos, perfectamente alineados y conectados a la vital energía, con un motor aun sin vida, esperan las máquinas de guerra para ser de la partida y cumplir una nueva salida.
Extintores de incendio detrás de cada tobera y un atento bombero en alerta, son los silenciosos guardianes de las matrículas estacionadas.
Es un marco único, en el que de repente aflora la vida.
Iniciada la actividad a cualquier hora del día, una multitud de overoles azules van de un lado al otro cumpliendo diferentes tareas, unidad por un solo objetivo, dar factibilidad a la operación aérea en tiempo y forma.
Allí se despiden a los deltas, los que en minutos dejarán la tierra en cumplimiento de una nueva misión.
Lugar en el mundo al que llamamos en nuestro mundo guerrero como “La Primer Línea de Vuelo”.
Una gran burbuja en la que interactúan coordinadamente y conviven un sinnúmero de protagonistas: Especialistas pertenecientes a distintas ramas del mantenimiento y atención al vuelo: hombres y mujeres del servicio de primera línea, los radios encargados de atender problemas en los equipos de comunicaciones, los de equipos, los de sistemas hidráulicos, los armeros, los de electrónica, la gente de asiento eyectable, el de fotografía, los de radar, los muchachos de apoyo terrestre, los solemnes bomberos, entre muchos otros importantes protagonistas.
Aquí es donde el latido del corazón de una gloriosa Fuerza Aérea Argentina se siente con más intensidad. Sobre esta superficie rodeada de campo se percibe una institución llena de vida y con deseo de servir.
El rugir de los motores, el aroma a JP1, en conjunción con el movimiento del personal, crean un clímax característico, el que nos diferencia de cualquier otra actividad operativa.
El embriagante olor a combustible y un sonido ensordecedor que envuelve a nuestros cuerpos, nos pone en situación e indica que aquí sucede algo relevante, se cumple con la fantástica tarea de trabajar en equipo para defender a la Patria.
Como un mecanismo de relojería, cada uno sabe lo que debe hacer para cumplir perfectamente con su función, tanto en la rutina, como ante un inesperado imprevisto o una enigmática emergencia. Todos están perfectamente entrenados para enfrentar y solucionar lo que venga y como venga, de la mejor manera y en el menor tiempo posible.
Un lugar único dentro de una Unidad Aérea
Vestidos de guerreros del cielo y caminando a paso lento, al llegar somos recibidos por el “Encargado de Primera Línea”, suboficial antiguo portador de infinidad de cicatrices marcadas a lo largo de una vida dedicada a los deltas, experiencia que lo curte de idoneidad y con el debido ascendiente para dirigir este verdadero circo de la aviación de combate en tierra.
Al entrar a la oficina instalada al borde de la plataforma de estacionamiento, observamos en las paredes cuadros de aviones, gráficos y un pizarrón con anotaciones de cada matrícula.
Lo primero que hacemos como buena norma de educación, es saludarnos cordialmente, y hasta tomamos un rico mate calentito con gusto a un típico yuyo cordobés, por no querer pronunciar la palabra peperina.
Frente a nuestros ojos se encuentran las carpetas de cada máquina en servicio, las que contienen por matrícula el historial del avión asignado.
En pocos minutos leemos detenidamente los antecedentes y estado del material, nos interiorizamos de detalles íntimos y necesarios acerca de la fiera que intentaremos domar en un vuelo extremadamente exigente y excitante al mismo tiempo.
Ingreso a un paraíso aeronáutico
Al abrir la puerta, nos encontramos con una postal que reconforta. De inmediato pega en el rostro una bocanada de aire fresco, la que llena los pulmones de Mirage en su máxima pureza.
Los deltas prolijamente alineados uno al lado del otro, con las cúpulas abiertas, invitan a ocupar de inmediato una singular, y anatómica butaca de metal negro, cruzada por una gran cantidad de correajes y un par de manijas con rayas negras y amarillas.
Mientras avanzamos, desde lejos, la ansiedad nos invade al verlos. Con una desesperación silenciosa que se trasforma en entusiasmo, tratamos de ubicar la matricula que nos fue asignada, de la que seremos amos por un limitado espacio de tiempo hasta que nos trasformemos en calabaza.
Frente a una hermosura que vuela muy alto y supersónico, observamos extasiados con detenimiento cada detalle. Comenzando por el puntiagudo tubo pitot, y continuamos el escaneo hasta llegar a la tobera.
Registrada la imagen inicial, pasamos a verificar que el matafuego este apostado detrás de una cola aun fría. Parado firme y sacando pecho, el estoico bombero, espera inquieto la puesta en marcha.
Una revisión minuciosa
Nos da la bienvenida, nuestra mano derecha. Solo él es quien conoce cada detalle de este hermoso triangulo volador. Un fuerte apretón de manos marca el inicio de un contacto estrecho mientras nos encontremos en tierra.
Se escuchan motores que van poniendo en marcha. Un aroma a kerosene quemado nos abraza de cuerpo y alma. Se trata de un vaho aeronáutico que nos incita a abandonar la tierra de inmediato.
En un acto reflejo, colgamos el casco de la escalera que cuelga al costado del fuselaje. Con un grito bien fuerte de “LIBRE”, el mecánico repite el alarido y levanta el pulgar asegurando la ausencia de intrusos en la panza.
Accionamos la tecla de aerofrenos, comprobando la inexistencia de presiones hidráulicas residuales, asegurando no correr peligro cuando estemos de cuclillas inspeccionando al avión por debajo.
En sentido horario comenzamos un chequeo exhaustivo, lo hacemos junto al mejor de los colaboradores. Revisamos cada parte de un fuselaje lleno de remaches, tapas y recovecos. Una sombra nos sigue en todo momento, atenta a la detección de errores. Accionamos distintos mecanismos de armado, sacamos pines de seguridad, e indicamos ajustes y rechequeos de diferentes ítems ¡Todo debe estar en regla antes de partir!
Al introducirnos en el pequeño habitáculo, mediante rebuscados movimientos complicados de entender, movemos las piernas alrededor de una palanca de comandos, la que a modo de cetro al tomarla firmemente, nos hará sentir en minutos reyes del cielo.
Con la colaboración de un asistente de lujo, nos atamos al asiento, el que supervisa la correcta sujeción al único salvavidas que disponemos en tierra o en vuelo ante lo peor.
La función debe comenzar
Por instinto, ante la percepción de una puesta en marcha, en cuestión de segundos, aparecen como por arte de magia infinidad de especialistas los que rodean a la máquina. Todas las miradas convergen en un solo punto, el Mirage que está a punto de arrancar.
Al cerrar la cúpula comienza un espectáculo único. El bombero clava la vista en la tobera, atento a actuar de inmediato en caso de fuego. El mecánico mira al piloto expectante a la seña de puesta en marcha. El batido de la mano derecha con dos dedos extendidos en forma de tijera, marca el momento esperado. De inmediato, quien comanda la nave, hace caer el dedo índice en picada, al estilo de un stuka sobre el circular botón de arranque.
Como por arte de magia, la que era una bestía dormida, sale del letargo y comienza a dar sus primeros signos de vida.
El motor despierta, se escucha un suave y corto susurro, el que se trasforma de inmediato en un grito ensordecedor. Al mejor estilo de un dragón de la mitología aeronáutica, una bocanada de fuego es expulsada por la tobera, desapareciendo repentinamente cuando la turbina acelera.
Un sonido continuo y agudo se estabiliza, indicándole a un calificado auditorio listo para actuar, que la puesta en marcha ha sido exitosa.
Bajo el plexiglás brillante y trasparente, las luces del tablero de falla se van apagando, señal de que los sistemas comienzan a funcionar correctamente.
El piloto levanta el puño cerrado con el dedo pulgar extendido.
El tutor del avión se desliza como un felino agazapado bajo el fuselaje y con rapidez desconecta la prescindible energía externa.
La aparición de una falla
Lo que estamos por presenciar, es catalogado en nuestro medio, como el deseo de satisfacer en su máxima expresión.
Mediante una seña específica se conoce con precisión el carácter y gravedad de la falla.
Un determinado movimiento de manos actúa como disparador. Uno o más especialistas, según el caso, se convierten en médicos o cirujanos de un espejismo hecho avión que necesita ayuda para salir adelante.
Declarado el inconveniente, el piloto eleva ambas manos a la vista de todos, alejándolas de la acción de cualquier comando, dando comienzo a un sensacional show.
¡Espectáculo reconfortante si los hay! Es muy gratificante observar como nuestros camaradas de overol azul, en una demostración de amor a su vocación, mediante una desesperación medida, son capaces de solucionar cualquier tipo de falla.
Como acróbatas, se trepan por las alas y comienzan a abrir tapas y a reemplazar equipos.
Al mejor estilo de unos contorsionistas, se deslizan y retuercen bajo el fuselaje en búsqueda del mal que aqueja a la aeronave herida.
Desde posiciones incomodas y expuestos al peligro, bajo el frio helado de la Patagonia o derretidos por el calor sofocante del Norte argentino, detienen pérdidas y solucionan fallas logrando que el avión pueda cumplir la misión.
Al mejor estilo de un box de Fórmula 1, con ausencia de muros decorados y hermosas promotoras, en un entorno austero, estos cirujanos actúan de inmediato, lo hacen con mucha garra, curando en pocos minutos a un Mirage que se encontraba con pronóstico reservado.
No hay dudas que en medio de esta simbiosis de buenas acciones, identificamos al fuselaje como al cuerpo del avión, como así también, al mecánico como el alma protectora que lo cuida y lo cura.
¡Por aparecer el pulgar en alto! Todo está OK. El profesionalismo combinado con el esfuerzo rinde sus frutos, se acaba de salvar una salida más.
Superado el inconveniente, luego de una venia, rompemos inercia, despidiéndonos del equipo que es el principal soporte de la operación aérea.
Volviendo de una misión
Al regreso y con el deber cumplido, nos esperan viejos conocidos. A partir de este momento, la Primera Línea de Vuelo comienza a cumplir otro rol, el de recuperar la nave en el menor tiempo posible, en vista de un nuevo requerimiento operativo, o dicho en otras palabras, un vuelo más.
En una entrada triunfal a la plataforma, el delta ejecuta el último giro a 90°, lo hace siguiendo a muerte la línea amarilla.
Con los brazos en alto y mediante diferentes movimientos perfectamente visibles y sincronizados, nos recibe el mecánico. Dirige solo como él sabe al exhausto luchador de duraluminio, orientándolo hacia el punto exacto de detención.
Del rugido de un potente motor, pasamos al apacible silencio campestre. Los mamelucos azules que rodean al Mirage entran nuevamente en escena pero con un nuevo objeto, esta vez van por una rápida recuperación.
Infinidad de manos masajean un fuselaje contracturado de retorcerse en el aire, el que en minutos debe volver al cielo.
Combustible, líquido hidráulico, aceite, oxígeno, nitrógeno, bombas, misiles, munición, son algunas de las justificadas causas que logran acercar a todo tipo de especialidades, los que ponen nuevamente en condiciones de salir a esta estilizada aeronave guerrera.
En la guerra por nuestras Islas Malvinas
Lo mismo que acabamos de leer sucedió durante la guerra, en el frio otoño del año 1982, pero allí las diferencias fueron significativas.
Fue un acontecimiento histórico, porque en las Islas Malvinas y a lo largo de la costa patagónica tuvo lugar el bautismo en operación real de nuestra forjada y valiente Primera Línea de Vuelo.
En tierras australes respondieron más allá de las expectativas, trabajando las 24 horas en condiciones que distaban de ser las ideales.
En la incómoda turba malvinense y en la indomable meseta patagónica, inmersos de condiciones meteorológicas extremadamente rigurosas, trabajando en instalaciones de campaña que distaban de ser cómodas y apropiadas, y con la incertidumbre de un posible ataque británico, un eficiente equipo de trabajo, con orgullo y coraje, poniendo todo lo que había que poner, fueron el apoyo y sostén incondicional a infinidad de misiones heroicas que hirieron una y otra vez a una de las flotas más poderosas del planeta.
Con arengas, gritos patrióticos y en un ambiente de algarabía despedían y dando ánimo a los guerreros del aire. Con angustia y pesar, los recibían ante la ausencia de algún integrante de la escuadrilla caído en las gélidas aguas malvinenses. Masticaban bronca y sufrían la perdida de cada piloto, al que conocían perfectamente y con el que habían compartido años de vida operativa juntos.
Sin la participación incondicional de esta gran “Primera Línea de Vuelo”, la que preparó, reparó y en muchas oportunidades utilizó el ingenio, sorteando diferentes obstáculos, logrando recuperar aviones con apariencia de inutilizables, la descollante actuación de la Fuerza Aérea Argentina en el conflicto del Atlántico Sur, no hubiese sido posible.
Los hombres vestidos de azul fueron cruciales protagonistas de la hazaña patriótica, donde muchos entregaron la vida por la celeste y blanca.
Formamos un gran equipo, tanto en la paz como en la guerra, donde la “Primera Línea de Vuelo” de todos los sistema de armas, ocupan un papel preponderante e insustituible en la institución.
Al introducirnos en la cabina, nos invade una sensación confianza, porque sabemos que están a nuestro lado velando por nuestra seguridad. Son el soporte indispensable para enfrentar al enemigo en defensa de los cielos de la Patria y por el que los pilotos estaremos eternamente agradecidos.
Momento propicio para llenar nuestros pulmones de aire y gritar bien fuerte por “La Primera Línea” NO HAY QUIEN PUEDA






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