🇦🇷MI HIJO, EL PILOTO🇦🇷
- Luis Alberto Briatore
- 2 jul 2022
- 11 Min. de lectura
Los padres somos una trascendente influencia para nuestros hijos. Aunque no lo percibamos, ellos desde muy pequeños, observan todo lo que hacemos, ya que representamos una edad temprana el ejemplo a seguir.
Los líderes de la familia son el espejo en que se miran los niños. Consejos permanentes que se van sumando a lo largo de un prolongado crecimiento, y la importante ayuda en la toma de esas primeras decisiones, hacen aún más fuerte esa influencia, la que hace más fuerte el vínculo.
Esta visión tan cercana y precisa hacia la actividad desarrollada por los progenitores, puede ser de gran influencia llegado el momento de decidir el futuro vocacional. Este trascendente fenómeno en algunos seres, hace su llegada desde edades muy tempranas, y en otros, al momento de optar por una decisión que determine el rumbo definitivo a seguir.
Por mucho que intentemos no influir en las decisiones de los hijos, el crecer en un medio relacionado con determinada profesión u oficio, resulta una factor importante al momento de apuntar hacia la decisión final.
No a la presión, si al consejo
Del ejemplo diario que les damos a los niños, indefectiblemente, ellos silenciosamente toman y acumulan infinidad de elementos que serán jugados en algún momento de la vida. Se trata de un mensaje subliminar que le va dando forma a una huella que se va calando en el alma, la que perdura y se profundiza con el tiempo.
Pasan los años, y con la adolescencia llega el momento decisivo, periodo en el que indefectiblemente requerirán algún tipo de apoyo que les permita tomar una trascendente decisión, momento en que los padres pasan a ser laderos de una noble y decisiva causa.
Corren tiempos de importantes decisiones, donde lo mejor que podemos hacer como padres, es ser objetivos y suministrarle información real, para que ellos solos puedan decidir con todas las cartas sobre la mesa.
Influenciar de antemano a que se debe dedicar nuestro hijo, es lo peor que puede suceder, ya que anulamos la capacidad crítica, al impedir que sea capaz de analizar y elegir diferentes opciones. Creamos una situación que puede llevarnos al arrepentimiento futuro, con fuertes y dolorosos reproches, ante una situación en el tiempo irreversible.
El entorno nos marca
La influencia de las costumbres familiares es notoria, un ejemplo de ello es la lectura. Si los padres son amantes de los libros, seguramente crearan en el niño un amor por leer, algo que se repite en diferentes tipos de actividades desarrolladas en su entorno, las que generan determinados hábitos y virtudes en esas jóvenes almas, costumbres que seguramente perdurarán en el tiempo y en algún momento saldrán a la luz.
Cada individuo define su propia personalidad en un periodo determinado, donde el influjo de los gustos paternos influye en su formación, acusando impacto en muchos casos, haciendo eclosión al llegar el momento de elegir una determinada opción vocacional.
¿Y por casa cómo andamos?
En mi caso, sucedió algo extraño, no tuve la influencia de un entorno aeronáutico en el ámbito familiar. Nunca estuve cerca de un avión en los primeros años de vida, y menos sentir la sensación de volar, la que despertara un gusto por deslizarme entre las nubes. Considero que fue un designio de Dios, sin plan “B” a la vista. Era una idea fija, única, irrenunciable. Existía dentro de mi alma solo un deseo, ser piloto, el problema principal, era, que no sabía cómo.
Con mi hijo sucedió algo distinto, el mensaje subliminar absorbido a lo largo de una vida rodeada de aviones, incentivo el florecimiento repentino del gusto por el más pesado que el aire, elección que recién salió a la luz en el último año de la escuela secundaria, a los diecisiete años edad.
Ante la grata sorpresa, y luego de recitarle un rosario de realidades no tan positivas, comprobé con alegría y orgullo que estaba decidido por voluntad propia a ser piloto, al igual que su padre.
Llega el alumno más importante a mi vida
Es increíble como la vida nos trae sorpresas en el momento menos esperado. Es algo que en verdad debía suceder y sucedió. Es el destino, y estoy convencido que no se trata de una mera coincidencia.
Recién acababa de retirarme de la Fuerza Aérea Argentina. Comenzaba el andar por un nuevo y desconocido camino. Para reforzar la subsistencia, iniciaba un nuevo emprendimiento en el medio civil, el que nada tenía que ver con el vuelo, ni con mi vida como militar.
Empleando todos nuestros ahorros, sumando los primeros ingresos de la jubilación, o retiro como le llamamos los militares, sumado a un adicional por la nueva actividad comercial, además de solventar los gastos para poder vivir, comenzábamos con el apoyo de la actividad aérea de nuestro hijo. Lo primero que hice fue habilitarme como instructor, lo hice al mando de un clásico de los años 40, el incansable y sabio Piper PA-11 Cub Special. Un avión, en mi opinión, difícil de dominar en tierra, por culpa del patín de cola que nunca había tenido el gusto de conocer, y el que costó mucho domar.
En los inicios la adaptación no fue sencilla, ya que desde que había comenzado a volar como aviador militar, hacía más de tres décadas que no tenía en mis manos los comandos de un avión a pistón, donde las superficies que dirigían el comportamiento eran por cable, y menos, moverme por el piso, con una rueda en la cola. Para mi sorpresa, arrancar el motor no se hacía girando una llave asociada a un burro de arranque o arrancador, el método era totalmente novedoso, y en apariencia más riesgoso. La técnica empleada era inédita para mi larga vida aeronáutica. El inicio de giro era dado por el impulso de mis propias manos, las que mediante rápido movimiento, hacia girar una lustrada hélice de madera, acto que le dio un tono pintoresco, a este, un nuevo renacer como piloto, el que sucedió, luego de un largo periodo de inactividad.
A volar por un nuevo camino
El cambio era rotundo, exigía una adaptación responsable y profesional al mismo tiempo, ya que volar un Mirage no implicaba saber volar un Piper PA-11.
Las diferencias del entorno eran notables, pasé de una Brigada Aérea donde tenía decenas de profesionales alrededor del avión solucionando cualquier inconveniente, a la hermosa y campestre vida de aeroclub, donde todo se hace a pulmón, metiendo mano, con mucho esfuerzo, y a la vez con mucho orgullo. Luego sumergirme en este nuevo mundo, me di cuenta que era la mejor escuela para un novato, que desea iniciarse dominando al más pesado que aire, el que valora cada paso hacia la primer meta, la “Licencia de Piloto Privado”.
De aterrizar y despegar a 360 km/h, pasaba a hacerlo a 80 km/h. El PA-11 hacer un uso intensivo de los pedales, deslizar cuando quedamos altos, en definitiva, emplear técnicas totalmente olvidadas y hasta desconocidas para un avezado piloto supersónico.
De surcar el cielo a Mach 2, a trasladarme en el aire más lento que un vehículo que se desplaza por una carretera. Estaba obligado a computar permanentemente la influencia del viento si deseaba llegar sano y salvo a destino, utilizando hasta el último litro de combustible.
De volar por coordenadas con la máxima precisión, a no soltar la colorida carta visual, buscando una correcta orientación, sin perder detalle de la orografía circundante.
Debía reinventarme, ya que ingresaba a un mundo totalmente distinto del que venía. Algo nuevo y altamente atrapante a la vez, disfrutable, pero que exigía una rápida adaptación, y sobretodo, mucho respeto y profesionalismo.
En esta etapa la fortuna estuvo de mi parte, ya que los pilotos del Aeroclub Tandil, nos recibieron como verdaderos hermanos y camaradas del aire, Rápidamente fui habilitado en este hermoso y noble material aéreo. Luego de una inspección, quedé en condiciones dar instrucción, y por primera vez en mi vida, lo hacia en el ámbito de la aviación civil.
Por aquellos días, enfrenté uno de los desafíos más exigentes, enseñarle a volar a uno de los seres más importantes que existe para un padre, “el amado hijo”.
La vida es muy generosa y nos brinda estos regalos. Luego de ocupar por años, el lugar de educador con infinidad de alumnos militares, vendría del cielo una oportunidad única, y a la vez soñada, tener de educando a “Lucho”, a quien criamos con tanto amor y cariño.
Con una felicidad plena, cumplí con creces el refrán que reza: "Cuando una puerta se cierra, otra se abre". Me retire de manera muy fugaz de la institución que tanto amo, y tuve la hermosa oportunidad de volcar todo lo que sabía en quién más quería, mi joven hijo.
Un país que no facilita el deseo de volar
En los últimos tiempos, y aceleradamente, la actividad aérea de fomento va sucumbiendo ante las reglas de juego impuestas por un país con un rumbo aeronáutico incierto, y las jóvenes vocaciones aeronáuticas no escapan a los efectos de esta triste realidad.
Los aeroclubes, semillero y motor de la que fue una incipiente actividad aérea en otros tiempos, en la actualidad viven una situación difícil, debido a una principal causa, la falta de ayuda económica por parte del estado, lo que hace que el valor de una hora de vuelo y el mantenimiento de un avión sean poco accesibles para el motor que da forma e impulso a las vocaciones aeronáuticas en nuestro país, instituciones sin fines de lucro que no disponen de los suficientes recursos, en un medio cada vez más exigentes, en lo que respecta a requisitos legales, con normativas dignas de un país de primer mundo, con una realidad quien sabe de qué mundo.
Estas condiciones injustas para el que sueña con volar y no dispone de los suficientes recursos, hacen que una apasionante actividad, sea solo para pocos y no para muchos.
Con mucho esfuerzo
La vida al lado de un avión, es siempre acompañada por la Virgen de Loreto, la que iluminó el camino hacia la salvación en muchas emergencias, y en esta oportunidad, lo hacia de otra noble manera, dándome trabajo para que pudiera solventar esta onerosa actividad, recursos que pudieron ser ganados y destinados con gusto a la formación de mi hijo como piloto civil.
Ya fuera de la institución, no me quedaba otra que patear la calle si quería incrementar mis ingresos. Comencé utilizando lo que llevaba puesto. Una formación integral que con generosidad brindó la gloriosa Fuerza Aérea Argentina, una licenciatura obtenida en el ámbito aeronáutico, y un MBA, el que abrió la cabeza en muchos aspectos. Así comencé con el gran desafío.
De a poco comenzaron a salir las oportunidades comerciales. Los recursos que obtenía se destinaban en su totalidad, a la compra de paquetes de horas de vuelo. Peleaba amigablemente el precio para adquirir la mayor cantidad posible, accediendo a un importante descuento.
Una actividad aérea exigente
En el verano del año 2014 comenzamos la instrucción aérea en familia, y elegimos el mejor lugar, el Aeroclub Tandil, un lugar en el que estuvimos rodeados de buena gente, con mucho espíritu aeronáutico.
En poco tiempo, luego de volar 40 horas, acompañado de distintos y excelentes instructores, el diploma de piloto privado era una realidad. A partir de allí nos dedicamos a navegar para incrementar significativamente la cantidad de horas.
Como el motor del noble PA-11, contaba con un sistema de refrigeración por impacto de aire, era importante cuidarlo, la condición era no volar en horarios de alta temperatura.
A las 6 de mañana estábamos parados firmes al pie de la cama con algo de sueño. A las 7 en punto despegábamos con el apoyo incondicional del encargado del aeroclub, Jorge, el que nos recibía con un mate y con el elemento más importante, el avión listo para vuelo.
Estuvimos casi un mes metiendo dos vuelos diarios de tres horas y media cada uno, aterrizando con el mínimo combustible posible, navegando hacia todos los cuadrantes. Los destinos eran muy variados, las pistas de Ayacucho, Rauch, Azul, Olavarría, Benito Juárez, Tres Arroyos, Las Flores, Necochea, Miramar, Batan (Mar del Plata), Villa Gesell, y de regreso, al llegar a Tandil, un toque y motor por la pista del Club de Planeadores, para luego saltar al destino final, el querido Aeroclub de Tandil.
Exhaustos y con la remera empapada de sudor, como última actividad obligada, lavábamos el avión integro, dejándolo impecable para el próximo que quisiera disfrutar de esa belleza aeronaútica, con un fuselaje y alas totalmente enteladas, llamado Piper PA-11.
Transitamos por diferentes opciones
Luego de ahorrar algo más de dinero, compramos otro paquete de horas en un C-150 hangarado en el Aeropuerto de Morón. El Cessna no las tenía fácil, ya que debía lograr la suficiente sustentación para despegar con un lastre superior a 180 kg, repartidos entre padre e hijo, los muy juntitos dentro de una cabina pequeña, codo a codo, compartían un pequeño habitáculo, en donde el espacio no sobraba.
Mechando esta nueva posibilidad de volar, también accedimos a otra opción, hacerlo en una escuela de vuelo. La fortuna nuevamente estuvo de nuestro lado, porque dimos con el mejor instructor que pudo haber tenido mi hijo, de nombre Martín.
Luego, con el mismo instructor de Morón, saltamos a volar a Villa Paranacito, en la Provincia de Entre Ríos. Allí nos esperaba un Piper de mayor tamaño, con capacidad para tres personas, un PA-12.
En este mágico lugar del delta, a orillas del Rio Uruguay, nos recibió Aníbal, el Presidente del Aeroclub Isla de Ibicuy, quien con mucho esfuerzo, junto a su familia, mantenía en condiciones operables, la pista y un hangar construido en los años 40. Lo hacían para que un grupo de entusiastas pilotos disfrutara del vuelo en medio de un agreste paisaje, y como premio, finalizado el vuelo, no faltaba un rico asado a la canasta y a orillas de un arroyo.
Aquí fui testigo de algo que nunca había visto. El propio presidente y sus hijos, cortaban el pasto con un antiguo tractor. Antes de comenzar el vuelo, tapaban posos paleando y mantenían unas importantes instalaciones a pulmón. Descubrí uno de los tantos próceres anónimos que son parte de la aviación civil. Una raza en vías de extinción, liquidada, patéticamente por el propio estado, ante la falta de fomento a la aviación civil, es quien asfixia a estos verdaderos semilleros de talentos aeronáuticos. Sin apoyo a la actividad aérea en nuestro país, el volar se ha trasformado, en una actividad apta solo para personas adineradas. Desapareció la fábrica que le daba factibilidad a vocaciones aeronáuticas, con ayuda del gorro frigio.
Nace un joven instructor
Como los chicos crecen, con la suficiente experiencia en horas de vuelo, la manera de avanzar sin costo alguno, era siendo instructor de vuelo, opción en que la hora es pagada por el alumno. Si bien existía una necesidad económica, este era el mejor camino para transitar un importante paso, donde la toma de decisiones, tienen un papel fundamental en la formación de un joven piloto.
Muchas vueltas de pista, navegaciones a lo largo y ancho del país, vuelo en diferentes condiciones meteorológicas, fueron los pasos para ir templando y curtiendo el espíritu de un noble y joven proyecto.
Enseñar todo lo que uno sabe, debe ser una de las tareas más nobles en vuelo, como en cualquier otro tipo de actividad.
Cuando la pandemia golpeo la puerta y muchas líneas desafectaban infinidad de pilotos, vimos otra realidad, había que tener un trabajo permanente para poder vivir, y si se podía, seguir volando, ya que la actividad aérea en sus inicios no es para nada redituable.
Superadas las 1000 horas de una experiencia muy variada y rica a la vez, hubo un parate obligado, a la espera de subir un escalón, algo que sucedió luego de un año de inactividad.
Hace unos meses, gracias al apoyo de un gran amigo, logro subirse como primer oficial a un birreactor de bajo porte, nave en la que transita un importante proceso de formación. Una escuela que seguramente será de mucho redito en el futuro, en la preparación para un importante proceso, el que tienen un principal objetivo, prepararse en la toma de decisiones.
Sorpresas que nos da la vida
Luego de dejar la Fuerza Aérea Argentina, de inmediato se abrió otra puerta, de algo que nunca imaginé. El avión nuevamente me dio un gran satisfacción, la de mantener una relación profesional con mi hijo menor, lo hice como instructor de vuelo. Un regalo del cielo, del que siempre estaré agradecido.
Con sesenta años escribí un libro, meta que en la vida nunca me propuse alcanzar. Las circunstancias, y gracias al aliento de los lectores y el apoyo incondicional de mi familia, no tuve otra salida que buscar hacerlo, experiencia que fue hermosa y que sigue dando tremendos e inesperados frutos.
La frase de: “nunca digas nunca”, cada día percibo que está más en vigencia. Todos nos encontramos en condiciones de explorar diferentes caminos, por condiciones y carácter. Animarse a hacerlo, no es fácil, ya que implica un compromiso y esfuerzo, pero cuando el impulso se toma con pasión, existe una plena seguridad de éxito. Es una manera de competir contra el paso del tiempo, logrando no perder la juventud mental, la que nos permite afrontar con mayor seguridad el futuro.
En el día de ayer, mi alumno preferido, completo el examen, obteniendo la “Licencia Comercial de Primera”, plasmando nueve años de esfuerzo personal y familiar, cristalizando una hermosa vocación, la de volar.
Cada día que pasa, le encuentro más sentido al significado profundo, de esa frase cazadora que nunca me voy a cansar de gritar, que tiene tanta vigencia, la que también se puede aplicar a muchas actividades de esta linda vida:
🇦🇷🇦🇷🇦🇷NO HAY QUIEN PUEDA🇦🇷🇦🇷🇦🇷
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