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NAVEGANDO A LOS COMANDOS DE UNA LEYENDA

  • Foto del escritor: Luis Alberto Briatore
    Luis Alberto Briatore
  • 21 ago 2021
  • 7 Min. de lectura


El Sabre es un avionazo, fácil de pilotear, rápido, ágil, apto para hacer maniobras acrobáticas, lanzar distintas clases de armamento e ideal para la comprensión del ABC del combate aéreo.

Dotado de seis ametralladoras (12,70 mm) letales y extremadamente precisas. Al momento de presionar la cola del disparador con el blanco centrado en la mira, tanto en el tiro “aire-tierra”, como en el tiro “aire-aire”, se siente el poder de fuego en todo el cuerpo.

Con este avión de combate experimenté nuevas sensaciones, las que sirvieron de introducción a un maravilloso y nuevo mundo, el de la aviación de combate. Una de ellas fue sentir presión en el abdomen y piernas por la acción del traje anti “G”, ante la ejecución de maniobras exigidas.

Disponía por primera vez, de un dispositivo que permitía salvar vidas ante una emergencia letal, llamado “asiento eyectable”. Una máscara que cubría parte del rostro, permitía respirar el reconfortante y puro oxígeno. La visibilidad a través de una amplia burbuja de plexiglás era incomparable, y el detalle más llamativo era volar en la soledad de un amplio y cómodo cockpit. Estas diferencias con respecto a las aeronaves operadas con anterioridad hacían disfrutar el vuelo de una manera diferente, intensa.

La confiabilidad era algo que lo caracterizaba. Con pocas fallas técnicas y un sistema de diseño sencillo, el Sabre no salía de servicio jamás. Una aerodinámica exquisita, que invitaba a explorar toda la performance de manera muy amigable y, prácticamente, sin riesgos, era una flecha que se dejaba volar.

Fue el único avión que tuve la oportunidad de operar con slats, superficies hipersustentadoras que contribuían junto a los flaps, a reducir la velocidad de aproximación y, por ende, la carrera de aterrizaje.

Describo lo siguiente para resaltar las nociones más concretas de su autonomía: con tanques eyectables de 200 galones llenos, despegando de Mendoza, hacíamos un ataque a la Escuela de Aviación Militar y volvíamos sin problemas, o navegábamos hasta Mar del Plata sin escala intermedia.

Experimentaba en carne propia lo que era un grande entre los grandes de la aviación de caza.

Navegando por el Sur mendocino

Acababa de ser habilitado como Jefe de Sección. Con solo veinticuatro años y el grado de alférez en el último año, tenía la responsabilidad de salir a navegar junto a un Numeral, otro joven alférez un año menor que yo. La misión había sido minuciosamente planificada el día anterior y luego de una sustanciosa reunión previa al vuelo, partimos hacia la Sala de Supervivencia a ponernos guapos para una cita que tendría como testigo privilegiado el luminoso cielo cuyano.

Con el traje anti “G” entallado totalmente al cuerpo, casco en la mano izquierda y paracaídas en el hombro sostenido por la derecha, salimos caminando rumbo a la Primera Línea de Vuelo. Fueron unos doscientos metros de charla distendida, intercalando temas operativos con personales. Un típico momento de distención que el piloto de combate se toma antes de comenzar con un largo periodo de máxima concentración.

Luego del observar el historial del avión asignado, el C-120, salimos junto al mecánico con destino a las máquinas. Ni bien abandonamos el hangar y pisamos la plataforma, sufrimos las consecuencias de un sol radiante que nos encandila. Al recuperar totalmente nuestra visión, nos encontramos con la más hermosa postal, de esas que reconforta a cualquier cazador. Allí estaban, esbeltos, perfectamente alineados y ubicados a 45°, siete Sabres, los que con la boca bien abierta de alegría nos observaban antes del esperado encuentro. Posicionados uno al lado del otro, solo dos de ellos serían los afortunados de salir a navegar para disfrutar de increíbles paisajes cuyanos.

Al dejar el paracaídas en el ala izquierda, de inmediato introduzco la punta del pie izquierdo dentro del hueco que nos permite treparnos a la cabina. Haciendo fuerza con ambos brazos, me mantengo en equilibrio, y en las alturas, desde afuera del avión, introduzco medio cuerpo en la cabina conectando la batería. En segundos efectúo el control de rigor antes de hacer la inspección exterior, para luego desconectar la fuente de energía eléctrica.

El cemento de la plataforma ardía, las gotas de traspiración comenzaron aparecer mientras cumplía rigurosamente y en sentido horario el chequeo de cada ítem antes de subirme la F-86F, revisación compartida junto a nuestro inseparable colaborador, el mecánico a cargo del C-120.

Parado frente una la boca enorme y bien abierta de este grande de la aviación, ya con el paracaídas colocado en mi espalda, miro al Numeral extendiendo el dedo pulgar, indicando que era hora de montar a un verdadero potro salvaje.

Siguiendo una sana y habitual costumbre, los dos aviones pusimos en marcha sin que aparezca ninguna falla. De inmediato contactamos con la torre de vuelo, la que nos autorizó a rodar hacia la cabecera 18.

En un rodaje lento motivado por el elevado peso del avión, la razón, dos tanques de 200 galones / 757 litros eyectables a full de JP4, (único avión que utilizaba este tipo de combustible en la institución por aquellos días).

Ya en el peine y perfectamente alineados con el sentido de pista, el bramido emitido por la pareja de Sabres y la polvareda levantada detrás de ambas toberas, indicaba la inminente partida.

La temperatura en pista por estos lares durante el mes de noviembre suele ser alta, y con un avión al borde del límite máximo de despegue, era condición romper inercia manteniendo una distancia de seguridad entre aviones de veinte segundos, como previsión ante un posible aborte del despegue.

Apenas abandonamos el piso, ya con el tren adentro y la panza rozando la pista, en un despegue bien tendido, observo a mi frente una barrera de álamos perfectamente erectos en la prolongación de la cabecera opuesta, los que gentilmente se agacharon permitiendo el paso del majestuoso Sabre en la etapa de plena aceleración.

Abandonamos la IV Brigada dejando a nuestro paso una estela grisácea, provocada por la combustión del potente reactor.

En pleno incremento de la velocidad y en vuelo bajo, sobrevolamos el Sur de la ciudad de Mendoza. En unos pocos minutos el Numeral me alcanza adoptando una formación bien abierta y prácticamente lateral.

Una vez que lo tengo a la vista con la cordillera de fondo, disfruto de esa bella silueta del F-86F recortado entre picos nevados ubicados en un horizonte lejano.

Superado la zona de Lujan de Cuyo y luego del cauce casi seco del Río Mendoza, bajamos aún más, surfeando con los planos la irregular superficie al pie de la precordillera. En el tramo inicial y a gran velocidad ingresamos al pintoresco Valle de Uco. Los colores del paisaje cambian permanentemente, de un marrón claro de roca desnuda, a un verde vivo al ingresar a una zona de viñedos protegidos por verdaderas barreras de altos álamos, mitigadores incansables del severo Viento Zonda. Abriendo camino al andar, volamos sobre los tejados de varias localidades precordilleranas, muchas de ellas llenas de historia en tiempos de la independencia. Se trata de una zona donde se combinan diferentes cultivos. Tunuyán la de las exquisitas manzanas, Tupungato el lugar donde se cosechan las mejores nueces del país y San Carlos con sus viñedos, son diferentes concentraciones urbanas que se suceden en un trayecto donde la civilización tapiza y se combina en las mismas entrañas de una impactante y deslumbrante naturaleza.

Cambiamos de rumbo, directo al corazón de la cordillera

Superada la última población, como un suspiro, pasan raudo y veloz una flecha detrás de la otra. Al virar levantando un poco la nariz del noble Sabre, le apuntamos a una hendija de roca, la que nos permite remontar el Arroyo Papagallos. La pronunciada pendiente nos obliga a serpentearlo utilizando máximo empuje buscando mantener una velocidad adecuada para escapar ante una imprevista emergencia dentro de este pasillo de piedra. Luego de unos minutos de vuelo rosando las paredes escarpadas en un permanente zig zag, aparece repentinamente una vista de esas que quedan para siempre gravadas en la retina. Un espejo de agua turquesa que refleja sobre la superficie al “Volcán Maipo”, el que se encuentra al fondo. El reflejo del agua hace que veamos un perfecto diamante, imagen que le da el nombre al espejo de agua que estamos atravesando en vuelo súper bajo. El origen de la fastuosa “Laguna del Diamante”, tuvo lugar hace casi dos siglos, cuando en 1826 los flujos de lava incandescente bloquearon los canales de drenaje de la caldera, laguna que es conocida no solo por uno, sino por dos espectáculos naturales, la figura de un diamante antes mencionada, sumándose, el contraste de dos lagos adyacentes que brillan en marrón oscuro y turquesa, contrastando en un impresionante espectáculo de un entorno de combinaciones multicolores pocas veces vistas.

El ascenso continuo nos lleva a través de los campos de nieve y rocas deslizantes, hasta que alcanzamos la cima del volcán ubicada a respetables 5327 msnm. Las sorpresas se suceden, delante de la nariz del F-86F, un enorme cráter hecho lago, con la mitad de la superficie cubierta de hielo. Por fortuna el clima nos favorece, y con la vista puesta al Oeste, con un ccielo diáfano podemos alcanzar a ver a lo lejos la inmensidad del océano Pacífico. Al estar por pisar el límite fronterizo, nos vemos obligados a colocar un viraje escarpado, bien cerrado, con rumbo general Sur.

Manteniéndonos a gran altura, divisamos al frente otro emblemático gigante, “El Sosneado”, de 5169 msnm, cerro imponente que ostenta detalles llamativos en cuanto a accidentes aéreos. Se encuentra ubicado frente al conocido “Valle de las Lágrimas”, donde hacía poco más de una década por desgracia, había caído el avión de los rubgiers uruguayos, los que hicieron historia en aquella terrible odisea. En sus laderas también descansan restos de otro avión siniestrado hace muchos años, seguramente que por causas similares al FAU 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya.

El paisaje que lo rodea posee una singular y atrapante belleza, pero que al mismo tiempo, al recordar su triste historial, inspira un profundo respeto, hechos que obligan a elevar una plegaria en vuelo a la Virgen de Loreto, recordando a las almas que partieron para siempre de este mismo lugar.

Luego de bordear la cumbre sin quitarle la vista y en sentido antihorario, hacemos un clavado en búsqueda de la naciente del Río Atuel.



 
 
 

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