NAVEGANDO A LOS COMANDOS DE UNA LEYENDA
- Luis Alberto Briatore

- 28 ago 2021
- 9 Min. de lectura
PARTE 2
Un cazador de raza
Comparándolo con otros aviones de combate que he volado, considero que el cockpit del Sabre ha sido uno de los que me sentí más a gusto, o mejor dicho, más confortables.
Al piloto de combate que nunca le sobra espacio en el habitáculo, lugar reducido lleno de instrumentos, pantallas e interruptores desde donde lleva las riendas de la máquina, al poder moverse con mayor soltura, siente la diferencia entre un avión y otro.
Además de ser cómoda, la cabina del F-86F está cubierta por una cúpula que brinda una muy buena visibilidad, pensada en facilitar la localización y seguimiento del bandido visualmente, cuando nos encontramos enroscados en medio de un agresivo combate aire-aire.
Durante el trascurso de este vuelo la situación era diferente. Las bondades estaban siendo disfrutadas a full, pero no en un dogfight, sino en absorber cada detalle de la impresionante naturaleza cordillerana que rodeaba al vuelo.
Continuamos con la misión
Si bien el paisaje siempre atrapa, hay que tomar precauciones, y tratar de no distraerse demasiado, por tal motivo, de manera periódica, metemos la cabeza en el tablero de instrumento para efectuar un exhaustivo control de parámetros de motor y combustible.
Conforme a lo previamente calculado durante la planificación del vuelo, los tanques eyectables de 200 galones colgados bajo ambas alas, acaban de quedar totalmente vacíos. La significativa disminución de peso sobre los planos, hace al noble F-86F más ágil, detalle reflejado en la mejor respuesta de los comandos.
Siguiendo “la colorada”, (línea que trazamos con fibrón rojo sobre una carta visual multicolor, en la que se vuelca el exacto recorrido y detalles de la navegación), seguimos el curso de la ruta prevista. Nos ayudamos en el guiado, observando referencias visuales significativas, fáciles de distinguir a la distancia en medio de imponentes paisajes.
Abandonando las altas cumbres, con el motor totalmente reducido, nos dirigimos planeando como cóndores con las alas bien abiertas y estáticas, hacia la naciente del torrentoso Río Atuel.
Montado en una flecha que al bajar la nariz se embala con facilidad, creo pertinente sacar esporádicamente los aerofrenos, dos enormes rectángulos de metal que se abren a 45° en la parte trasera del fuselaje, acción que evita ingresar al inestable y no deseado terreno del vuelo transónico.
Escurriéndonos en medio de grietas, buceando dentro de una accidentada orografía, acoplados a un hilo de agua helada que desciende con rapidez en medio de escarpadas laderas, este torrente de agua espumosa sirve de guía hacia nuestro próximo waitpoint (punto de referencia), el embalse “El Nihuil”.
Despidiéndonos del valle, pegados a un charco de agua gigante, navegamos escondidos bajo una meseta precordillerana rodeados de una costa que se eleva sobre el nivel de vuelo. A lo lejos y al frente divisamos una enorme pared de concreto, la que emerge desde las profundidades de un espejo líquido de llamativo color azul marino, el que refleja la luz del astro sol.
Los 420 nudos / 780 km/h hacen que todo pase como en una película de cámara rápida, la que no podemos detener.
Evitando el impacto contra un duro y elevado obstáculo, como entrenados atletas olímpicos, saltamos de forma limpia la ancha y alta muralla de concreto. El paisaje acusa un gran cambio. Repentinamente virando de un lado para el otro, los Sabres se deslizan encolumnados, como se mueve una serpiente, dentro de las entrañas del extraordinario “Cañón del Atuel”. Al angostarse esta canaleta cavada por el creador en la piedra, no nos vemos obligados a levantar buscando salir de una trampa que se puede trasformar en mortal. Subimos asomando la cabeza a la superficie, obligados por la estreches de esta caprichosa y sinuosa falla orográfica.
El espectáculo es dantesco, enhebramos una y otra vez esta profunda grieta que ofrece uno de los espectáculos más bellos de nuestro multifacético país.
Las postales se suceden, y al cabo de pocos minutos llegamos a la presa “Valle Grande”. Superado este embalse, abandonamos todo vestigio de agua para el resto de la navegación.
Bien pegados al piso, escondidos evitando el lóbulo del radar enemigo, como lo hicieron nuestros héroes en Malvinas, ingresamos a un área invadida por infinidad de viñedos. El recorrido transcurre sobre una alfombra verde. Las panzas blancas inmaculadas de los aviones de caza acarician los parrales, en una trayectoria que apunta hacia el objetivo a batir.
Con el blanco a la vista
A pocos minutos del AOT (ataque al objetivo terrestre), efectuamos y controlamos la correcta selección del panel de armamento.
Empujando con suavidad el acelerador unos pocos centímetros, la aguja del velocímetro comienza a moverse hacia la derecha. La reacción llega en pocos segundos, alcanzando la necesaria velocidad luego de bloquear el punto de aceleración (Marcado en la carta con las siglas PA).
Al observar la carta, soy consciente que el próximo punto marcado con una pequeña raya roja acompañada de la sigla PLL, es el “punto de llamada”, el que coincide con una ruta que debemos cruzar perpendicularmente. Cumpliendo a raja tabla con lo planificado, en un par de minutos cortamos una franja de asfalto, momento exacto en el que debemos tomar altura.
En ambas cabinas el bastón de mando acusa un movimiento idéntico y decidido hacia el abdomen.
La nariz se eleva apuntándole a un cielo limpio de nubes. En un suspiro, como dos misiles que son disparados desde tierra, llegamos hasta el punto de ingreso a la final de tiro, situado 12.000 pies / 3.700 metros sobre el terreno.
Al invertir al ágil Sabre, inicio una pronunciada picada, al mando de un dardo que se transforma en envenenado.
Con el mundo dado vuelta, la nariz cae por gravedad iniciando el ingreso a la final de tiro.
¡Por fin tengo el blanco a la vista! Completando un medio tonel, nivelo alas, acelerando aún más a esta flecha con alas, forzándola a ingresar en una pronunciada picada.
A mi frente aparece el objetivo a batir. Una línea de asfalto que corre sentido general Este-Oeste, justo al medio y sobre el lado Sur, se ubica una plataforma rectangular, la que imagino llena de aviones y abarrotada con pertrechos de todo tipo.
Con la nariz apuntando al piso, busco incrementar el ángulo de picada.
Para evitar una peligrosa sobrevelocidad, acciono los frenos de vuelo, y al mismo tiempo, llevo el acelerador al 50% de empuje.
Moviendo imperceptiblemente los planos con alerones, alineo la visión de mira con el blanco, instante en que llego a alcanzar los correctos 45° de picada con el blanco en mis narices.
El momento crucial se acera
Concentrado al máximo, y con la adrenalina como protagonista principal, contengo la respiración en el último tramo de la corrida final. En milésimas de segundo termino de pulir los últimos detalles de una correcta puntería.
Un pequeño círculo amarillo reflejado en el cabezal de la mira, al que llamamos piper, va corriendo a una velocidad uniforme sobre el terreno en dirección al blanco. Al tocar el borde de la pista del aeródromo de San Rafael, llega el momento sublime. El pulgar baja con fuerza presionando el botón encargado de trasmitir la orden de lanzamiento.
Al pulsar con fuerza la media circunferencia color roja ubicada en la palanca de comandos, una señal eléctrica sale de inmediato. Los ganchos se abren dejando de retener a las pesadas e imaginarias bombas.
En libertad, los zepelines de acero llenos de explosivo se despiden del avión, lo hacen en un clavado directo al blanco.
Con los parámetros de velocidad y altura correctos, dos bombas MK 81 de 250 libras / 118 kg, una por avión, recorriendo una parábola en continua aceleración, impactan de lleno en una plataforma atestada de aviones de combate.
El escape
Sin perder tiempo, dando por concluido el ataque, la prioridad cambia abruptamente, pasando a ser la supervivencia.
La próxima meta es evitar ser derribados. Ingresamos a una de las etapas más críticas en territorio enemigo, en momentos que perdimos la sorpresa, a la que denominamos “escape”.
Lo primero que debemos hacer, es impedir ser alcanzado por las esquirlas despedidas omnidireccionalmente al desintegrarse la carcasa de acero incandescente de la bomba que acaba de explotar.
Ni bien lanzo el armamento, comienzo a llamar imponiendo a la bestia enfurecida una fuerte presión de palanca atrás, acción que evita el ingreso a la envolvente de esquirlas, calculada con precisión y anticipación en la planificación previa.
Simultáneamente, introduzco los frenos de vuelo y doy motor a pleno. Todo el cuerpo acusa la aceleración. El Sabre con nariz decididamente abajo comienza a ganar velocidad.
En poco tiempo alcanzo el vuelo rasante, condición que dificulta la puntería de la artillería antiaérea sedienta de venganza. Lo propio hace el Numeral al finalizar el lanzamiento, avión separado unos veinte segundos detrás del Líder.
Con el avión en franca aceleración y pegados al piso, nos alejamos del objetivo que acaba de ser totalmente destruido.
Con un leve viraje por izquierda, la pareja de Sabres le apunta a la base de recuperación, ubicada al Norte, en la ciudad de Mendoza.
Pasados unos cinco minutos del ataque y sin bandidos a la vista, ascendemos no muy alto, y lo hacemos por dos razones, la primera, no estamos tan lejos del destino final, y la segunda, a mayor altura el viento de frente va en aumento, fenómeno causado por una corriente de chorro que acaricia la cordillera, con fuerte intensidad.
En el control de ascenso focalizamos la atención en el combustible, con la intensión arribar sin sobresaltos.
Normalmente el cálculo de fuel se hace de manera tal, que en el caso hipotético de cerrarse la pista de Mendoza, lleguemos sin problemas a la alternativa más cercana disponible, en este caso, el Aeropuerto de San Juan.
Al pasar lateral Tupungato y con el Río Mendoza a la vista, iniciamos un descenso económico llevando el acelerador a ralentí, mientras el Numeral se va acercando.
Se acaba el combustible y hay que aterrizar
Al ingresar por el Sur solicito “opuesta inicial” directa. Procedimiento utilizado para lograr un acercamiento veloz, y a la vez económico a la pista. Modalidad muy utilizada por los aviones de combate de todo el planeta.
Con 350 nudos / 650 km/h y bien pegados, en una formación vistosa y a la vista del público presente, pasamos sobre la cabecera de la pista 36. A los tres segundos y de a uno por vez, se produce el desprendimiento en viraje con 60° grados de inclinación.
La nariz del esbelto Sabre barre un horizonte despejado de nubes, y al mismo tiempo, aplicando 2 “G” constantes, mantengo las condiciones de un viraje de incorporación al circuito de aterrizaje, al que los pilotos de caza llamamos “volcada”.
Con poca potencia, luego de pasar lateral la cabecera y en sentido contrario al de aterrizaje, iniciamos un viraje en descenso dibujando un semicírculo extendiendo parte de los flaps (dispositivo cuya función es la de aumentar la sustentación del avión a baja velocidad), tramo llamado “básica”. Bajamos el tren mientras continuamos inclinando alas. Al enfrentar la pista ingresamos al último segmento antes del aterrizaje, la conocida “final”.
La visión de la ancha franja de concreto en el parabrisas es perfecta. Con 130 nudos / 240 km/h y flaps abajo, el F-86F desciende estabilizado.
En final corta, inicio un suave cambio de actitud subiendo imperceptiblemente la nariz. A unos 200 metros antes del peine y a tres metros del piso, alcanzo una trayectoria paralela a la tierra, instante en que reduzco a ralentí, perdiendo unos 10 nudos / 20 km/h. Lapso en el que continúo planeando y bajando paulatinamente la velocidad.
Con suavidad voy cambiando el ángulo de ataque hasta lograr el objetivo, tocar vaselina.
Ambas ruedas, luego de acariciar el concreto, se apoyan definitivamente sobre las rayas blancas de la cabecera 36.
Con la nariz bien arriba, emulando a un potro que se niega a apoyar las patas delanteras sobre el terreno, este brioso avión de combate, va perdiendo velocidad, y lo hace, solo utilizando un artilugio aerodinámico, elevado ángulo de ataque, el que se logra aplicando toda la presión posible de palanca atrás, perdiendo el ala en flecha en esta acción, lo último que le queda de sustentación.
Un comando de profundidad ya sin efectividad, hace que la rueda de nariz caiga sola por gravedad y con extrema suavidad sobre el caliente concreto.
En el eje de pista y apoyado sobre tres puntos, comienzo a frenar por intervalos de tres segundos, permitiendo verificar el correcto funcionamiento del sistema, y a la vez, posibilitando la refrigeración de las masas de freno.
Sin exigirlo y a velocidad de hombre al paso, salgo por la última calle de rodaje, concluyendo con una técnica de aterrizaje que permite cuidar el desgaste de frenos y preservar el estado de las costosas cubiertas.
Para ingresar a la calle de rodaje, hago uso del efectivo steering wheels, botón que se encuentra en la parte media delantera de la palanca de comandos, ubicado entre ambas piernas del piloto. Dispositivo electro-hidráulico, que al presionarlo con el dedo índice, al mover los pedales, direcciona la rueda de nariz a voluntad.
Ingreso a plataforma con muy baja potencia, siguiendo las indicaciones del mecánico hasta detener totalmente la marcha y luego el motor.
Con calzas y pines de seguridad del asiento eyectable colocados, lo primero que hacemos es cerrar la válvula de pecho del oxígeno, para luego sacarnos el casco y desabrochar la hebilla central que sujeta a los arneses.
Ya en tierra firme, desabrochamos las hebillas de pecho y de ambas piernas, para despojarnos del pesado paracaídas de espalda.
Una vez reunidos el Líder con el Numeral, nos dirigimos a completar la carpeta de vuelo, volcando al papel las horas voladas y novedades si las hubiere.
Una salida más, una navegación fantástica y muchas enseñanzas que se van acumulando vuelo tras vuelo, siguiendo el saludable camino de la necesaria experiencia, persiguiendo un solo objetivo, estar preparados para entrar en combate si la Patria lo necesita.
Compartimos en esta oportunidad un pedacito de la linda vida del cazador, volando en un avión que marcó un gran cambio en la aviación de combate argentina, el mítico y amado Sabre F-86F.






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