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UN GRAN CAMBIO DURANTE LOS PRIMEROS PASOS EN EL AIRE

  • Foto del escritor: Luis Alberto Briatore
    Luis Alberto Briatore
  • 14 ago 2021
  • 4 Min. de lectura


Superado el centenar de horas en Mentor, y faltando unos pocos meses para finalizar el Curso de Aviador Militar, los jóvenes cursantes tuvimos la oportunidad de dar un enorme salto en lo que a material aéreo se refiere, debutábamos a los comandos de un birreactor. Se trataba del sereno y noble Morane Saulnier MS-760 Paris.

Por el mes de septiembre nació una fuerte amistad con este noble avión a reacción de origen francés. El inicio en temas de vuelo, fue muy similar a lo que habíamos experimentado a bordo de un clásico del adiestramiento aéreo militar, el B-45 Mentor, esta vez, y continuando con el importante camino en una integral y completa formación, pegaríamos un salto de calidad, marcado por diferencias que realmente fueron significativas.

En el rendidor pistonero, el control y comportamiento de la aeronave estaba resumido a unos quince instrumentos, y accionábamos con unas manos todavía lentas unos diez interruptores. La diferencia con el Morane era notable a primera vista. Disponía de treinta relojes indicadores distribuidos en una cabina de instrumentos mucho más amplia y colorida. Metíamos mano a unas veinticinco perrillas, y como si esto fuera poco, controlábamos cuarenta fusibles que eran parte del sistema eléctrico.

De un motor a pistón en el que sentíamos la abrupta tracción dentro del buzo de vuelo, pasamos a dos reactores con mucho más empuje, percibiendo la aceleración de manera diferente, en un proceso que se podría definir como más amigable, suave y progresivo.

De emplear como combustible una nafta de uso aeronáutico llamada 100/130 con aroma dulce percibido ni bien ingresábamos al estrecho habitáculo, a cambiar por un querosene desparafinado y más grasoso, el conocido JP1, un combustible de aviación utilizado por todos los jets.

De una distancia de la butaca que nos separaba del piso de aproximadamente 1,5 metros, a poder apreciar el momento de contacto con la pista a menos de 1 metro.

De despegar y aterrizar sin ningún inconveniente en cualquier tipo de pista, a solo hacerlo en una de asfalto o concreto de un largo determinado.

De sentir las indicaciones del instructor en la nuca desde un lugar no tan cercano, gracias a una disposición de asientos en tándem (alumno sentado adelante e instructor atrás), a acomodarnos en una estrecha cabina codo a codo, en un incómodo roce con el exigente y tan respetado maestro del aire.

De convivir con el sonido del rendidor motor a pistón que invadía totalmente la cabina al dar potencia, a un habitáculo presurizado y silencioso, ambiente más ameno que surgía de repente, en el mismo momento que procedíamos a cerrar la cúpula e inflar el burlete de cabina, hecho que sucedía una vez que ingresábamos a pista, previo al despegue.

El Mentor luego de despegar saltaba con rapidez a abrazarse con el aire emitiendo un fuerte alarido. El birreactor se despedía de la tierra acariciando la pista en vuelo bajo, acompañado su veloz paso por un suave susurro inconfundible.

La principal diferencia estaba marcada por la performance. El Morane duplicaba la velocidad al momento de despegar y aterrizar con respecto al entrenador en el que habíamos dado los primeros pasos. Las maniobras en general, abarcaban espacios con radios muchos más amplios en MS-760 Paris. El techo del B-45 llegaba a unos 2500 metros con toda la furia, en cambio, el del Morane alcanzaba los 8000 metros, logrando con ello una disminución considerable del consumo de combustible, ampliando significativamente el radio de acción y autonomía en el aire.

Con el Mentor la manera de cumplir con un tema de navegación, se lo podía catalogar como de rudimentario, o básico, para hablar con mayor propiedad. Empleábamos para ubicarnos en el terreno una fluctuante e imprecisa brújula, siendo el método más preciso para guiarnos, el control por tiempo y distancia, modalidad que consistía en observar la navegación marcada con una línea roja en la colorida carta prolijamente plastificada, y compararla continuamente con las diferentes y notables referencias observadas en el terreno. Al depender para dirigirnos a otro destino de hacerlo en un vuelo fuera de nubes, llamado en la jerga aeronáutica “visual”, solo era posible volar con nubosidad media o alta. En el MS-760 Paris vivíamos una realidad totalmente distinta. Por ejemplo, cubríamos en vuelo directo Mendoza - Aeroparque a una altitud de 25000 pies / 7700 metros, y con una menor cantidad de limitaciones para navegar. Podíamos volar sobre nubes sin ver nunca el piso, y como si esto fuera poco, estábamos en capacidad de aproximar por instrumentos en condiciones meteorológicas marginales, pudiendo bajar hasta los mínimos visuales de la aerostación a ciegas (60 metros de techo), siguiendo solo la indicación de los instrumentos.

Se trataba de un vuelo totalmente distinto, mucho más interesante para un proyecto de aviador militar deseoso de afrontar mayores desafíos. Un cúmulo de diferencias que permitían ampliar el espectro de posibilidades en cursantes que pedían cada día más.

Una despedida transitoria

En el mes de diciembre, ya más afianzados para movernos entre nubes, dejamos atrás la última inspección, concluyendo así, y de manera exitosa, el curso más trascendente de nuestra vida como piloto, y también, la primera experiencia con un entrenador avanzado a reacción, la que nos dejó un gusto a poco, al volar solo unas cuarenta horas. Sin que pasara mucho tiempo, vendría el esperado desquite y nuevo encuentro con el Morane en la Escuela de Caza, mi primer destino como oficial, donde disfrutaría de sus bondades durante un año completo.

Por aquellos días, luego de haber superado un periodo demasiado intenso y exigente, llega el ansiado momento de cosechar lo sembrado, de disfrutar por partida doble.

En poco tiempo luciríamos orgullosos el Brevet de Aviador Militar y sin que pase mucho tiempo, recibíamos en un acto solemne, el sable y diploma de egreso, ya como Alférez y oficial en primer año de la gloriosa Fuerza Aérea Argentina.

En nuestro primer año de vuelo, de la inexperiencia total pasamos a estar formados como proyectos de soldados alados de la Patria, y todo gracias a una mejora que se mantendría como continua, desarrollada a lo largo de un apasionante estilo de vida, el que recién comenzábamos a saborear.



 
 
 

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