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Un momento de oscuridad en una vida llena de luz

  • Foto del escritor: Luis Alberto Briatore
    Luis Alberto Briatore
  • 24 oct 2020
  • 10 Min. de lectura


Resulta un tema sensible y complicado de abordar, por tratarse de algo no deseado y tremendamente doloroso.

Recurriendo a la filosofía, podemos afirmar que aprender a morir no es sino más que aprender a vivir, a vivir bien, incluso sabiendo que la vida es limitada y finita. La afirmación de la muerte, de forma paradójica, se transforma al mismo tiempo en la afirmación de la existencia. Pensamiento lógico que colisiona cuando el fin de la vida le llega a una persona joven, vital y con un futuro colmado de ilusiones.

Las cicatrices que la muerte deja en el alma de los que quedan en la tierra sanan con mucha lentitud, a diferencia del entorno íntimo en los que permanece eternamente, sin encontrar consuelo ante una pérdida irreparable.

En algún momento del desarrollo de esta gran pasión que va creciendo cuando más permanecemos en aire, aterriza en una mente soñadora el planteo de cómo enfrentar la muerte de un camarada, y muchas veces amigo.

Sabemos que ese momento llega sin aviso y puede señalar a cualquiera. En una actividad que se disfruta y mucho, en determinado momento nos damos cuenta que es conveniente  estar preparados para minimizar los efectos colaterales en un alma que solo desea volar.

Generalmente esta preocupación que se convierte en reflexión despierta de repente, generalmente ocurre al ser protagonistas y salir ilesos de un episodio donde la vida corrió peligro.  

Dentro del vuelo existen distintos tipos de actividades aéreas, a cada lo separa una distancia diferente con respecto a los límites de una conocida y delgada línea roja, a la que debemos respetar y saberla surfear.

El camino más conveniente tratando de evitar traumas futuros, es prepararnos bajo la tutoría de los que más saben, enfrentando y comprendiendo una temática que suele ser tabú, buscando resolver este dilema para siempre.

Nos remontamos a la Primer Guerra Mundial

Retrocediendo en el tiempo, en la génesis de la actividad aérea, pondremos el foco en el entorno de los precursores de la aviación de combate, para ello citaremos a uno de sus máximos exponentes, Manfred Von Richthofen, conocido como “El Barón Rojo”.

Hace apenas más de un siglo moría este emblemático piloto, más precisamente en el año 1918. As piloto alemán de la Primera Guerra Mundial, el que alcanzó un enorme prestigio por ser el más temido de los cazadores por aquellos tiempos. Con una mezcla de cautela y destreza buscaba atrapar a la presa, fama que lo convirtió en una respetada leyenda en aquel legendario y nuevo campo de batalla.

Para él, la contienda comenzaba con mucha anticipación con respecto al cruce entre aviones. Analizaba  meticulosamente el entorno del lugar donde volaba, y ante el menor vestigio de un exceso de riesgo, se retiraba del campo de batalla, regresando a su base, reservando energías para cuando las condiciones fuesen favorables. Inteligente decisión, cumpliendo al pie de la letra una conocida frase que utilizan como justificación aquellos que evitan una situación problemática en un ambiente bélico: “Soldado que huye, sirve para otra guerra”.

En aquella época, gracias a exitosas incursiones pudo transformarse en el piloto más temido para el enemigo, prestigio que trascendió hasta nuestros días. 

Dotes indiscutidas le abrieron el camino para lograr la comandancia a muy temprana edad. El primer Escuadrón de combate que le asignaron fue el denominado “Jasta 11”, más tarde conocido como “Circo Volante”, apodado de esa manera por los diversos y vistosos colores que lucía cada avión integrante de esta letal escuadra.

La historia nos cuenta que Manfred Von Richthofen, hizo pintar su biplano Albatros y luego el Fokker triplano, de un estridente color rojo que no pasaba desapercibido, con el solo objetivo de atemorizar a los pilotos enemigos más novatos. Origen del famoso apodo de “Barón Rojo”.

Acumuló una marca difícil de superar por sus pares, 80 derribos, cuando el promedio de los pilotos con victorias en combate aéreo promediaba solo entre 4 y 8.

Piloto de caza, militarista arrogante, ambicioso y ególatra, guardaba como astuta ave de rapiña un recuerdo de cada una de sus presas. Ordenaba a un conocido orfebre diseñar trofeos de plata conmemorando cada derribo, los que guardaba celosamente en su íntimo e impactante rincón cazador.

Desde los comienzos, la contienda aérea transcurría inmersa en estrictos códigos de honor, respetados y perfectamente definidos, además, prevalecían en el campo de batalla actitudes  nobles y ejemplares hacia los más inexpertos en este apasionante arte del combate aéreo. Entre los pilotos veteranos existía la sana costumbre de cuidar a los más novatos, en la medida de lo posible.

Recordando a este increíble y valeroso As de la Primera Guerra Mundial, hoy cuesta entender cómo es que el legendario Barón Rojo, el aviador más efectivo de la gran guerra, cometió un infantil error que lo llevó a la muerte: sobrevolar a baja altura las líneas enemigas con fuerte presencia de artillería de los aliados, hecho lamentable que sucedió  faltando solo seis meses para que finalice la guerra.

Los pilotos de caza por aquellos tiempos alcanzaban una esperanza de vida demasiado exigua. Muchos ni siquiera llegaban a combatir, morían en vuelos de práctica ante diferentes  fallas técnicas en sus máquinas o ingenuos errores de pilotaje.

Luchaban con aviones primitivos y extremadamente básicos,  propulsados por un rudimentario motor a hélice. El solo hecho de agregarle una ametralladora los transformaba en aviones de combate.

Desde los inicios de la batalla aérea, ser cazador fue solo para pocos. No resultaba sencillo alcanzar esta meta, se trataba de una actividad que exigía arrojo y valentía, mientras se codeaban a diario con la muerte. Estos precursores fueron los primeros en tratar de neutralizar la mente ante la acción psicológica de este temido e indeseable fantasma que ponía término a la vida, condición indispensable que debía acompañar a la destreza y  la frialdad para el logro de una trabajosa victoria en el aire.

Actitud frente una sombra que nos persigue

Cuando abandonamos todo lo mundano para purificar el espíritu en el cielo, sabemos perfectamente la distancia que nos separa de un riesgo controlado, convivimos en perfecta armonía sobrevolando sobre un profundo y oscuro abismo sin que nos afecte un pensamiento negativo. Es un tema inevitable de abordar, y cuando llega el momento de razonarlo, no es sencillo de analizar, ni de procesarlo. Si bien hay actitudes que caracterizan a los aviadores, siempre predomina el sello personal llegado el momento de actuar.

El pensamiento, enfoque y criterio que debe adoptarse acerca de la muerte, presenta diferentes matices que solo comprendemos los que surcamos el cielo, resultando difícil de entender para un ser ajeno a esta actividad, mortales que cumplen rutinas que guardan una mayor distancia con respecto al riesgo.  

La actitud más conveniente, consiste en alcanzar con premura la debida inmunidad ante diferentes trastornos  psicológicos que pueden llegar a surgir, los que pueden afectar el rendimiento en la actividad aérea. Fortaleza lograda a lo largo de una responsable formación, en la que deben convivir  el conocimiento, el espíritu aguerrido y una valentía con límites bien establecidos. Esta es la vacuna que permite volar asumiendo riesgos calculados, con una mente limpia y libre de pensamientos contraproducentes. 

Un enfoque personal

Por tratarse de un tema tan delicado y susceptible, lo expresado es un punto de vista propio, extractado del sentir por lo vivido  a lo largo de una intensa vida como piloto de caza, tema que por fortuna logré metabolizar siendo muy joven. 

Desde un comienzo como aviador militar, fui testigo de varios accidentes donde hubo que lamentar muertes. En la totalidad de los casos, se trataba de camaradas sanos, jóvenes, con un futuro colmado de ilusiones, algunos recién casados y plenos de felicidad disfrutando de una hermosa familia, otros solteros que compartían alegres momentos rodeados de amigos en una etapa de plena libertad.

Eran camaradas que no estaban afectados por una enfermedad, ni otro tipo de mal arrastrado en el tiempo. Al surgir esta situación resulta extremadamente difícil afrontar una gran injusticia que pone frente a nosotros la vida.

Ante este hecho doloroso, inevitablemente surgen una serie de planteos complicados de procesar y superar.

En los comienzos, deslumbrados ante el desafío de iniciar una actividad encarnada en una verdadera vocación, las ganas de volar nos tapan los ojos y el entusiasmo impide ver esta problemática.

El momento de enfrentar al delicado tema, sucedió cuando la primera ráfaga letal picó cerca de mis pies, esto sucedió como novato en la aviación de caza. 

Era un Alférez moderno lleno de vitalidad y expectativas, cuando de repente la fatalidad golpeo por primera vez la puerta. Todo pasó como un suspiro y de manera inesperada, como acurre siempre.

Un día totalmente normal, de repente, perdíamos a un compañero de promoción en un vuelo al mando del mítico Sabre F-86 F.

Una mañana más, participamos del saludo habitual al Jefe de Escuadrón, sin saberlo, compartíamos una despedida silenciosa.

Esa muerte es la que más me afectó en toda la carrera, y fue también, un punto de inflexión en un cambio de actitud, ante un lamentable episodio que debía superar. Ante tremenda pérdida, una filosa espada atravesaba el corazón partiéndolo en dos.

Luego de estos dolorosos días de sufrimiento, mi mente experimentó un cambio, una mutación repentina, actitud que perduró por siempre.

Procesar en el futuro estos lúgubres episodios de una manera distinta y menos traumática, permitió volar teniendo una exacta conciencia de los riesgos que afrontaría dentro del estilo de vida que había elegido voluntariamente. De allí en más, subiría al avión con otro tipo de madurez y paz, ante hechos que se presentaban como una nube negra, actitud que impidió posibles perturbaciones traumáticas en el desarrollo de la actividad aérea cotidiana.

Si queremos buscar motivos a la irreversible tragedia, y nos encontramos sugestionados con la muerte, la mente hará un análisis forzado y repetitivo de todo lo que hacemos, sentiremos la presencia del fantasma del riesgo en todas partes. Pasaremos a asociar cada vuelo íntimamente con el riesgo, y desde ese momento será imposible sostener el pensamiento libre de impurezas. La inseguridad invadirá cada vuelo, ingresando a un callejón sin salida. Aparecerán problemas autogenerados al mando de una aeronave, sobrellevando con dificultad un estado de pánico silencioso, aparecerán permanentes dudas en una rutina que siempre había resultado segura.

Al percibir síntomas contraproducentes en el desarrollo de la actividad aérea, indefectiblemente hay que recurrir a una ayuda profesional. Identificado el problema, es muy probable que la decisión sea muy dolorosa como profesionales del aire, barajándose diferentes posibilidades: la más drástica, dejar la actividad aérea, cambiar de especialidad o hacer un replanteo del futuro con ayuda psicológica y apoyándonos con nuestros pares, de lo contrario y sin que nadie lo sepa, formaremos parte del peligroso club de los inseguros, con el riesgo que ello implica.

Un cambio de actitud

Hace muchos años, siendo un joven piloto de combate, leía un libro relacionado a la Guerra de Vietnam. Diferentes relatos de un Piloto de Grumman A-6 Intruder, el que cumplía habitualmente misiones de alto riesgo donde el porcentaje de bajas era demasiado elevado. Situación que complicada mantenerse psicológicamente fuerte, con un espíritu que no era el mejor de cara a la próxima salida.

Este piloto de caza bombardero, mencionaba “que él había muerto con la primer dolorosa pérdida de un compañero y amigo en combate”. Recién cuando pudo superar ese trágico suceso, su mentalidad experimento un cambio profundo, actitud que permitió digerir y sobrellevar en el futuro situaciones similares.

Estos cambios necesarios no apuntan a ser insensibles, solo deseamos lograr una inmunidad mental para volar sin pensar todo el tiempo en lo peor.

Confieso que esta reflexión, sin haber sido participe de guerra alguna,  se ajustó a una necesidad personal sobre el tema y el necesario cambio de mentalidad frente a esta espinosa temática.

Aparenta ser un enfoque frío, pero no lo es, se trata de una  actitud que debemos adoptar en esta hermosa y riesgosa actividad. Con el tiempo la mente se irá forjando hasta poder procesar de la mejor manera estos terribles y desafortunados hechos. 

Una prueba de fuego con final feliz

Como ejemplo, un hecho personal  de alto impacto psicológico con riego de muerte, como lo es una eyección, pude superarlo sin sufrir trauma alguno.

Al momento de salir despedido por el aire desde la cabina de un veloz Mirage, me encontraba felizmente casado, con cuatro hijos y en pleno apogeo profesional. Luego de estar cara a cara con la muerte y salir airoso, sin presión alguna, la mayor preocupación era volver volar. Sobrevivir a una situación límite, en lugar de debilitarme fortaleció el espíritu y la autoestima. El mecanismo mental de autodefensa funcionó a la perfección, el que depende de cada individuo. Es un comportamiento que surge inconscientemente, favorecido por un adecuado proceso de maduración en el tiempo, que comienza al momento de incursionar en esta actividad, donde la concatenación de distintos hechos contundentes, crean una coraza resistente, la que nos hace más fuertes ante situaciones complejas de sobrellevar . 

En una guerra todo se complica

Durante los conflictos armados, la situación se agrava por tratarse de una situación prolongada donde el riesgo se multiplica exponencialmente, a esto se le suma la lejanía del entorno familiar, nuestro principal sostén espiritual.

Contrario a lo que muchos creen, y por todo lo expresado en relación a la muerte y sus tremendas secuelas, los militares somos los que menos deseamos la generación y participación en conflictos bélicos, aunque estamos en la primera línea de batalla para actuar cuando La Patria lo necesita.

Durante la guerra,  la presencia de la muerte provoca una serie de emociones encontradas, principalmente causadas por el miedo y el estrés, influenciados por otros factores que agravan este terrible y no deseado estado, como lo son: el azar,  las malas decisiones, la impericia e imperfecciones de nuevas tecnologías y la ignorancia. Estos pueden provocar pérdidas irreparables como lo es la vida misma. Desacertados diagnósticos y suministro inadecuado de medicación  durante las batallas,  han influido con enormes costos en pérdida de vidas humanas. Podemos enumerar un sinnúmero de causas, las que afectan a las tripulaciones cuando participan en una contienda real.

Algunas actitudes nos acercan más a la línea roja

Una de las principales causas de accidentes fatales es el error humano, muchos se encuentran relacionados  a la personalidad de determinados  pilotos.

Nos encontramos en una actividad donde debemos respetar los márgenes si deseamos volar en un marco de seguridad, y más aún, cuando nos entrenamos en la práctica de maniobras que rozan los límites de la performance de la aeronave. Cuando transgredimos esa delgada línea, intencionalmente y sin justificación, entramos en el peligroso campo de las actitudes temerarias.

Como instructores o pilotos expertos en determinado tipo de vuelo, debemos ser conscientes que pasamos a ser el ejemplo para los que se encuentran inmersos en un proceso de aprendizaje, los que sueñan en un futuro adquirir  la habilidad suficiente para poder imitarnos.

Ante la vista de muchos, al transgredir los límites sin justificación alguna, ponemos en peligro no solo nuestra vida, sino la de terceros.

Un accidente es una cadena de errores, y cuando no disponemos de la pericia necesaria e imitamos los malos ejemplos de volar al límite sin causa que lo justifique, vamos en rumbo directo hacia la fatalidad. Alejarnos de la necesaria disciplina que rige la actividad aérea siempre trae consecuencias negativas.

El factor de riesgo autogenerado sin un motivo justificado, guarda estrecha relación con el ego, el que solo busca exhibir y ser mejor considerado por la pericia al maniobrar y dominar una aeronave. Estos hechos que por lo general suceden frente a gran cantidad público que observa atónito desde tierra, se presenta como el marco propicio para la inyección adicional de adrenalina, sensación corporal que nos conduce de manera peligrosa a trasgredir el límite permitido, y si sumo la aparición repentina de un imprevisto, es muy probable que tengamos como resultado un accidente fatal.

A este tipo de actitud temeraria la llamamos “indisciplina en vuelo”, la que en muchas oportunidades lleva a una  innecesaria pérdida de vidas humanas.

Conocer más

Es indudable que nos encontramos frente a una temática interesante de abordar, principalmente por la poca difusión para los amantes de la aviación que no cumplen actividad aérea, además, por no tratarse de un tema grato para los que amamos la vida, y principalmente el vuelo. No obstante,  es parte de la infinidad  de facetas  que componen esta atrapante actividad, las que deben a ser tenidas bien en cuenta y ser analizadas en oportunidad, buscando conocer más en profundidad acerca del correcto y responsable actuar cuando nos encontramos al mando de fantásticas máquinas voladoras. 



 
 
 

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